domingo, 25 de octubre de 2009

El Bolchevismo Desde Moises Hasta Lenin

EL BOLCHEVISMO DE MOISÉS A LENIN
UN DIÁLOGO ENTRE ADOLFO HITLER Y YO
 

por Dietrich Eckar

Edición y traducción de Ediciones Samizdat.

NOTA DEL EDITOR DE LA VERSIÓN ESPAÑOLA:


Una vez iniciada la traducción al español de la versión en inglés del Dr. Pierce, un camarada al que llamaré en adelante “Dietz” comenzó la traducción directamente del alemán. Por motivos personales tuvo que abandonarla sin incorporar las notas y sin tiempo para revisar el texto. El autor de esta edición ha realizado una revisión personal de la magnífica traducción de “Dietz”, cotejando algunos aspectos con la del Dr. Pierce, en espera de que él mismo pueda terminar su excelente y concienzuda versión. No se puede esperar más sin una versión en español de esta obra fundamental para conocer la opinión de Hitler y de Eckart sobre cuestiones trascendentales para el siglo XX y el XXI. Nadie conocía mejor la opinión de Hitler que su maestro Eckart.
Como muestra de la importancia de Eckart para Hitler, citamos el final de su libro “Mi lucha”:
«Bien sé que llegará el tiempo en que hasta los que ayer estuvieron contra nosotros, recordarán reverentes a los que, como nacionalsocialistas, rindieron por el pueblo alemán el caro tributo de su sangre, y entre los cuales quiero citar también al hombre que, como uno de los mejores, consagró su vida en la poesía, en la idea y por último en la acción, al resurgimiento del pueblo suyo y nuestro:
DIETRICH ECKART».
El lector puede tener la total garantía de que esta traducción directa del alemán y completa no elimina nada del original, aunque algunas cuestiones
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nos parecieran dignas de aclaraciones y notas críticas nos hemos inhibido para realizar más adelante una edición crítica del texto.
A diferencia de la acertada versión del Dr. Pierce hemos preferido no decidir qué interesaba o no al lector moderno.
NOTA DEL TRADUCTOR (“DIETZ”).
La presente es una traducción íntegra de la obra de Dietrich Eckart –durante tanto tiempo “inencontrable” tras la 2ª Guerra Mundial- “El Bolchevismo de Moisés a Lenin”, a partir de la versión alemana capturada en Internet de la página http://abbc.com/berlin, a su vez transcripción de la edición del año 1924 de la Ed. Hoheneichen en Munich.
Tenida en cuenta la idiosincrasia de la obra, en principio su traducción se enfrentaba ciertamente a numerosos problemas anticipados de criterio. Esos problemas derivaban de 1) el apabullante coloquialismo del original, de sostenida tonalidad jovial y desenfadada, cuando no crasamente irreverente; 2) el carácter inacabado de la obra, que dejó el texto pendiente de una última revisión, y redunda en un discurso de sesgo a veces entrecortado, cuando no telegráfico, en todo caso en numerosas ocasiones demasiado elíptico, plagado de transiciones abruptas, y cuya transcripción literal en español hubiera agravado esa cualidad en sí misma ya lo suficientemente amazacotada del alemán, desembocado por ende en una textura demasiado mecánica, provocadora de una cierta saturación de tosquedad, que hubiera dificultado en fin la comprensión del sentido; 3) cierto reiteradamente ocasional y excesivo tributo del discurso -lógico dadas las dramáticas circunstancias que lo circunscribían en ese entonces-, a las circunstancias históricas del momento.
Ante un panorama semejante, se comprende un criterio editorial como el seguido por el Dr. William Pierce en su traducción al inglés (disponible en la página web de National Alliance) de la presente obra, criterio de sesgo ultrapragmático que, cortando por lo sano, opta sin más por una edición parcial que suprime sin complicarse mucho la vida los pasajes mas directamente vinculados a la época, demasiado coloquiales o lastrados por un sentido problemático, en aras de una fluidez incrementada, mayor unidad doctrinal y una muy buscada, sabiamente premeditada, operatividad propagandística. En esa forma, la traducción inglesa ahí disponible abarca aproximadamente la mitad del texto original, y su cuerpo de texto resultante es tributario de las ganancias y de las servidumbres que le ha dejado en impronta una inteligencia transcriptora a la que no le ha temblado la mano no sólo a la hora de suprimir, sino aún de retocar y homogeneizar en ciertos momentos el discurso alemán.
En la presente edición a cargo de Ed. Samizdat, se ha optado empero por la traducción íntegra al español del texto, en el convencimiento de que a despecho de todo merecía la pena conservar en su integridad todos y cada uno de los peculiares rasgos del original. De esta forma, de la mano de la siguiente obra, el lector va a descubrir una sorprendente y fresca imagen, sumamente viva y animada, del Hitler juvenil, un Hitler rayano en la treintena cuyo discurso, de lo más colorista y ocurrente, pletórico de ideas, alusiones y retruécanos, contrasta con el habitual aura solemne, apremiante que el sino nos habría de legar del posterior Führer.
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La traducción ha procurado registrar fielmente el coloquialismo que cruza toda la obra, y sólo en el alivio del mentado carácter entrecortado de su estilo se ha permitido a veces dotar a la expresión española de un mínimo aumentado de fluidez, subordinado siempre en todo caso a la insoslayable necesidad de una mejor explicitación del sentido. En contadas ocasiones, ante la presencia de algún pintoresco giro en argot bávaro o en el caso de algún extraño retruécano se mire por donde se mire difícilmente traducible, se ha optado por la adopción de cualquier fórmula consolidada en lengua española de entre las indicativas de un acento chocarrero o grotesco, que se haga cargo de la connotación del texto alemán pero no necesariamente haya de coincidir literalmente con los intrincados o esotéricos términos alemanes de que se trate. En cualquier caso, la traducción permanece abierta, y aquellos lectores cualificados que lo deseen, a la vista del original alemán, disponible en ---, pueden aportar sus sugerencias, puntos de controversia o propuestas de mejora de cualesquiera pasajes o aspectos, dirigiéndose a la dirección de correo de nuestra página web.
La traducción de las numerosas referencias bíblicas del texto se ha tomado, salvo en el caso de ciertas referencias muy aisladas o términos sueltos, de la Edición Biblia de Jerusalén de la Ed. Descleé Brower de Bilbao, 1977.
Para clarificar la sucesión de las dos voces durante el diálogo, y que quede siempre a la vista al lector qué es lo propiamente dicho por Hitler y qué cosas lo son por Eckart, allí donde la versión original alemana suele contraponer en interminable sucesión los “-dije yo” y “-dijo él”, la versión española ha preferido decantarse por la invariable forma contrapuntística “-dije yo” / ”-dijo Hitler”, cambiando en todos los casos el pronombre por el nombre explícito a efectos de dejar patente en todo instante la titularidad del discurso en cada momento.
Las notas que aparecen numeradas figuran ya como tales en la edición original en alemán. Allí donde el traductor ha tenido a bien agregar alguna nota de su cosecha personal, bien relativa a los problemas específicamente lingüísticos que fueren, bien a cualesquiera informaciones históricas complementarias de la índole que sea, la nota aparece encabezada por asterisco. Asimismo se ha incluido ocasionalmente alguna de las notas introducidas por el propio William Pierce en su mentada edición inglesa.
Al cabo, hay que añadir que como introducción a la presente edición se ha optado también por traducir del inglés y reproducir tal cual el prólogo elaborado por él en su mentada edición, en “National Books”, de la presente obra.
PRÓLOGO DE LA EDICIÓN DE WILLIAM PIERCE.
El siguiente material ha sido traducido a partir de un panfleto hallado en el archivo general del NSDAP. Su título alemán es el de “Der Bolchevismus von Moses bis Lenin: Zwiegespräch zwischen Adolf Hitler und mir” (“El Bolchevismo de Moisés a Lenin: Diálogos con Adolf Hitler”), y fue publicado originalmente en Munich en marzo de 1924 basándose en unos bocetos inacabados en las que había estado trabajando Dietrich Eckart durante el otoño de 1923.
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Dietrich Eckart nació el 23 de marzo de 1868 en la localidad bávara de Neumarkt, que se halla a unos 30 kilómetros al sudoeste de Nuremberg, y murió el 26 de diciembre de 1923 en Berchtesgaden. Fue poeta, libretista, periodista, académico y filósofo, así como ardoroso combatiente en pro de la causa nacionalsocialista. Entre sus obras más conocidas se encuentran la obra teatral “Lorenzaccio” y su traducción y adaptación para la escena alemana del “Peer Gynt” de Ibsen. Editor durante una temporada del periódico “Völkischer Beobachter”, fue él quien escribió la letra de la canción nacionalsocialista que contiene la conocida expresión “Alemania, despierta”, que habría de convertirse más tarde en una característica consigna nazi.
Al lector interesado en ahondar en los pormenores de la vida de Eckart, así como en acceder a un dilatado muestrario de sus poemas, puede remitírsele al libro de Alfred Rosenberg “Dietrich Eckart: Un legado” (Munich, 1928 y ed. ss.)
“Der Bolchevismus...” resulta interesante en el presente para los americanos por tres razones.
La primera, a causa de que es la última obra terrenal del hombre que, en tanto compañero inseparable de Adolf Hitler durante sus primerizos y cruciales años en Munich, contribuyó a gestar los fundamentos espirituales del Nacionalsocialismo. Eckart estaba enfermo de gravedad mientras escribía el panfleto, y el arresto y prisión provisional que le sobrevinieron como consecuencia del putsch de Munich del 9 de noviembre de 1923 precipitaron su muerte.
La segunda, a causa de que en su condición representativa de cierto tipo de propaganda, resulta instructivo. Además de idealista y poeta, Eckart era un propagandista aplicado, y a tal efecto “Der Bolchevismus” es un ejemplo excelente de su estilo. Apuntando a un lector con un nivel de educación medio equivalente al del bachillerato, se halla concebido con habilidad para, al mismo tiempo que lleva a cabo en un grado creciente en extensión e intensidad una investigación histórica de la cuestión judía, burlar todo atisbo de tedio y mantener sostenidamente el interés de una audiencia promedio no demasiado sofisticada. Ello lo logra relegando la mayor parte de las evidencias documentales a la forma de notas a pie de página, y entreverando con criterio desenfadado las referencias históricas de fuste con episodios morbosos o llamativos.
Tercera, sigue siendo de acusado interés aún hoy en día considerado en sí mismo. Aunque por desventura los últimos cuarenta años nos han provisto de una experiencia mucho más considerable en lo relativo a las actividades judeo-bolcheviques, Eckart lo hizo bastante bien para los materiales que tenía a mano en 1923. Resulta de particular interés la forma en que arroja luz sobre las actividades judías más recientes basándose en el empleo del Antiguo Testamento en cuanto Historia del pueblo judío.
Los bocetos de Eckart para “Der Bolchevismus...” se hallaban aún en un estado más bien rudimentario e inabado cuando se produjo su muerte, lo que no dejará de traslucirse en no pocos pasajes del texto que sigue. El editor ha resumido sensiblemente el material original durante su traducción, omitiendo varias de las partes más afectadas por esa índole deslavazada y deshilachada, y cosas tales como partículas y giros intraducibles, así como unas cuantas secciones que no conservan ya sino un interés más que limitado para los
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lectores de hoy en día. En determinados puntos el editor ha añadido ciertas notas a pie de página adicionales, señalando su carácter de tales.
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«¡Ya lo tengo» -exclama Hitler, «ya ando encaminado! El astrónomo tiene su propio método. Pongamos por caso que lleva Dios sabe cuánto tiempo observando una determinada constelación de estrellas. De pronto se da cuenta de algo: "¡Rayos y truenos, aquí tiene que pasar algo! Habitualmente suelen guardar tales y tales magnitudes entre sí, y no éstas. Se deduce que debe haber un influjo perturbador oculto en alguna parte". Entonces calcula y calcula sin cesar, hasta postular con exactitud la posición de un planeta que, a pesar de no haber sido contemplado aún por el ojo humano, tendrá necesariamente que hallarse localizado ahí, como algún buen día se pondrá en evidencia. ¿En cambio, qué es lo que hace el investigador histórico? Intenta esclarecer aquello que se sale de lo común remitiéndose al propio contexto que lo circunscribe, al marco de los actores estatales destacados que intervienen en ello. No se le ocurre pensar que pudiera haber por ahí un influjo oculto que anda manejándolo todo en una dirección determinada. Y sin embargo éste existe. Se encuentra ahí desde que existe la Historia. Ya sabes cuál es su nombre. El judío».
«¡Vaya que sí, pero pruebas, hacen falta las pruebas!» -repongo yo. «A mí personalmente éstas me resultan más que tangibles en los últimos cincuenta o cien años; pero también retrotrayéndome mucho más atrás, a la postre incluso hasta antes de Cristo».
«Querido amigo» -me repone Hitler a su vez; «si leemos en Estrabón (1) que ya en su propia época, aún reciente el nacimiento de Cristo, apenas quedaba ya lugar alguno del orbe conocido que no se hallase dominado por los judíos, "dominado", escribe, no "habitado"; si unas cuantas décadas antes, en el Senado, al viejo Cicerón (2) -que digo yo que no carecía precisamente de poder- le entra tembleque de rodillas cuando en su conocido discurso apologético llega el momento de hacer hincapié en el gregarismo judío y la gigantesca influencia que tiene: "...quedamente me expresaré, con objeto de que únicamente los jueces sean los que alcancen a escucharme. En caso contrario, los judíos me pondrían en la picota en medio de un infierno desatado, tal como suelen hacer con todo varón devoto. No es mi ánimo alimentar su molino...". Y si a otro que tampoco es que fuera un cero a la izquierda, sino un tal Poncio Pilato (3). Procurador del César de Roma, viendo cómo los judíos habían movido todos los hilos necesarios ante Augusto antes de que le hubiera dado tiempo siquiera a pestañear, no le quedó otro
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recurso que lavarse las manos y acabar sentenciando a muerte a Cristo a sabiendas de su inocencia: "por los dioses, allá vosotros con vuestros turbios manejos" . Si vemos todo eso, ¡entonces hasta un niño cobraría conciencia de lo muy explícitas que resultan ya las pruebas por aquel entonces!».
Hitler coge el Antiguo Testamento, y tras una breve búsqueda apela a mi atención: «¡Aquí, míralo tú mismo, aquí está la receta con la que los judíos cocinan ancestralmente su sopa del demonio! Los antisemitas como nosotros somos tipos poco recomendables. Siempre andamos husmeándolo todo; sólo que a veces pasamos por alto justo lo más importante». Entonces Hitler lee con potente voz, matizando cada palabra:
"Revolveré a egipcios contra egipcios, peleará cada cual con su hermano, y cada uno con su compañero, ciudad contra ciudad, reino contra reino. El espíritu de Egipto quedará quebrantado en su interior, y sus planes anularé. Y entonces consultarán a los ídolos, a los brujos, a los augures y adivinos en busca de agüeros" (4) .
Sonríe amargamente y dice Hitler: «Sí, y entonces consultarán al Dr. Cuno (5), al Dr. Schweyer (6), al Dr. Heim (7) y a toda la chusma habida y por haber de augures y adivinos, que cómo es que se ha desembocado en semejante pocilga; y ellos les contestarán en tono recriminatorio: "Sóis vosotros los propios culpables. Carecéis de conciencia y disciplina racial, de fe; el provecho propio y la pedantería son lo único que cuentan para vosotros. Y ahora resulta que van a ser los judíos los culpables otra vez. Pero cada vez que los pueblos han tenido necesidad de un chivo expiatorio ha ocurrido así. Siempre en tales ocasiones se ha desahogado todo sobre los judíos, cebándose en su tormento. Únicamente a causa de que tenían dinero; a causa de no podían defenderse. ¿Es acaso de extrañar entonces que pueda haber algún judío aislado que se haya pasado de la raya? En todas partes hay ovejas descarriadas; como si no hubiera multitud de judíos decentes, vamos. Lo que deberíais hacer es tomar ejemplo de ellos; de su religiosidad, de su sentido familiar, de su frugal conducta de vida, de su predisposición al sacrificio, y especialmente de su solaridad mutua. ¿Y qué hacéis vosotros mientras tanto? Andáis a la greña como perros y gatos, esto es la locura desatada"».
«Y así, mientras estos augures y adivinos continúan interminablemente con su cháchara, una vez que todas las casas, pero claro está, sólo las judías, tengan ya la marca de sangre (8), llegará la noche en que las masas soliviantadas, conducidas por judíos, irrumpirán en el resto de las casas para caer sobre los primogénitos de Egipto (9) de turno, y esta vez no sólo sobre ellos».
«¿Qué fue si no lo que pasó aquí en Munich durante la época de los "Consejos"?» -dejo caer yo. «Aunque las casas de los judíos no estuvieran explícitamente marcadas con sangre, tuvo que haber algún tipo de oculta consigna impartida, ya que entre los numerosos registros domiciliarios efectuados ni uno sólo tuvo lugar en casa de un judío. Ante la pregunta al respecto que le hice a uno de los obtusos brigadistas rojos que entonces me tenían bajo custodia, éste se limitó a declarar que las de ellos estaba prohibido registrarlas. Tanto es así que ni uno sólo de los detenidos era judío, quitando al tal Prof. Berger, al que si le cogió el toro fue sólo porque solía ausentarse largas temporadas de Munich y además el tío encima era el más huraño del mundo, con lo que los demás judíos ni le conocían. Cuando quisieron intervenir ya era demasiado tarde. Pese a ello, esta muerte les vino muy apañada: Los cuentos de guetto suscitados por este Mordecai del demonio no se han dejado
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ningún acento en el tintero. Ahora vayámonos a París, ANNO 1871: aquí también siguió su curso programado el veto restrictivo de atacar a cualquier judío. Los comuneros sólo destruían aquello que les estaba permitido; en conjunto los muchos palacios y mansiones que tenían los Rothschild quedaron intactos. Así comprende uno ahora cuál era el papel reclutador de Moisés, a través del cual los judíos sacaron también de Egipto a "numerosa chusma del pueblo"».
«En aquella ocasión la sedición sólo les salió a medias», completa Hitler, «en el último momento los egipcios volvieron a sobreponerse y fueron a ver si mandaban ya al infierno para siempre a los judíos, incluida la chusma del pueblo. Para tener que llegar ya a ese extremo todo ello tuvo que haber ido precedido de una lucha progresivamente enconada de aspecto terrorífico. Cosas como la del sacrificio de los primogénitos delatan sobradamente este extremo. Los judíos se habían apoderado de la voluntad de la gran masa del pueblo, de la misma forma en que hoy ocurre entre nosotros. Primero "Libertad, Igualdad, Fraternidad", y luego la noche elegida paso libre ya a la consigna de "¡abajo con los tiranos potentados, acabad con esos perros!", pero entonces vino lo que nadie se esperaba: el reducto de egipcios que aún atesoraba conciencia nacional le dio la vuelta a la tortilla, y con el golpe Moisés y los Cohn y los Levi de turno salieron disparados por los aires trazando un gran arco, y sus infiltrados interiores detrás de ellos (10). La forma tan favorable a ellos como informa la Biblia del crudo hecho de que los obligaron a marcharse a todos resulta un testimonio que escamotea en su conjunto lo que pasó en realidad (11). Pero también es cierto que se le escapa decir al margen que los egipcios sintieron alegría por ello (12). Pero lo mejor sin duda es el consecuente pago que tuvieron que encajar los obtusos cómplices de los judíos: Ya que tanto los adoraban antes ahora se les quedaría para siempre el sobrenombre de la chusma del pueblo. Eso por haber sido tan buenos camaradas. En mi opinión deberían haber seguido haciendo buenas migas con ellos en el desierto«.
«La matanza de los 75000 persas en el Libro de Esther comparte sin ninguna duda ese mismo trasfondo bolchevique» -digo yo pasando a otro escenario. «Los judíos no pudieron haber encauzado algo así ellos solos».
«Como tampoco pudieron haberlo hecho cuando el temible derramamiento de sangre que diezmó a la mitad del Imperio Romano bajo el Emperador Trajano», ratifica Hitler. «¡Cientos y cientos de miles de gentiles de inmaculada sangre fueron matados como bestias en Babilonia, en Cirene, en Egipto, en Chipre, la mayoría bajo los más espantosos martirios! Los judíos siguen regocijándose de ello aun hoy en día. El historiador judío Graetz (13) exclama triunfalmente que si los diversos focos insurrectos de la sublevación hubieran actuado sincronizadamente, el inmenso coloso romano incluso podría haber recibido el golpe de gracia ya entonces».
«Los judíos» -hago notar yo- «insultan nuestra conmemoración de Sedán tachándola de bárbara; en cambio, su celebración bianual del Purim en todas y cada una de las sinagogas -que todavía hoy sigue en pie, a pesar del inmenso período transcurrido- conmemorando su heroica gesta de 75000 persas masacrados, les parece la cosa más normal del mundo».
«Somos nosotros los que se lo consentimos» -estima Hitler de modo cortante. «Estamos ciegos; así que cómo vamos a ver tampoco la evidencia de lo que leemos. El jefe de la chusma, el casto José, llevaba ya largo tiempo haciendo las maniobras previas mucho antes de que tuviera lugar la primera
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refriega con los egipcios. Las siete vacas macilentas, los silos a reventar de grano, el Faraón del momento totalmente cogido en las pinzas judías, y José, ¡"el Padre de la Nación"!, (14) empieza a usurear con el grano disponible; de nada valen lamento tras lamento: el judío se mantiene férreamente en su cierre a cal y canto de los graneros, hasta que los egipcios a cambio de un poco de pan le entregan primero toda su plata, luego todos sus ganados, luego sus tierras de cultivo, y como remate echan al saco hasta su misma libertad (15). La capital del Imperio bulle a reventar de judíos: el viejo Jacob se ha asentado en ella, sus hijos se han asentado en ella, y los hijos de sus hijos, y sus hijas, y las hijas de éstas, y toda su simiente, ahí va el revoltijo entero de detritus (16). Y José "lloró largo tiempo" de la alegría que sentía. Unos lloros curiosamente precedidos de esta frase: "Yo os entregaré en propiedad lo mejor de Egipto, y comeréis lo más pingüe del país" (17). Pero después de muerto ya este glorioso ciudadano egipcio de fe judía, a la edad de ciento diez años, llegó otro Faraón, que ya "nada sabía de José", al que le asaltaron el miedo y el recelo ante la amenazadora extensión que había alcanzado la "multitud judía" (18) en el ínterin. Tenía ciertos temores: "No vaya a ser que en caso de guerra ésta se una con nuestros enemigos"; vaya, parece que era más listo que Guillermo II, que en cambio esperaba recibir ayuda de su parte. Y entonces pone manos a la obra. Ahora los judíos iban a tener que trabajar. Inaudito, así como lo oyes: trabajar; sin misericordia, dice el cronista entre lamentos y quejidos. No es de extrañar que urdieran su venganza al respecto. ¿Para qué valía la chusma del pueblo si no? Aunque el adorado José ya era historia, tampoco faltaban en ese momento buenas calamidades, así que: ¡los terratenientes, los potentados, los poseedores! ¡Nadie mas que ellos tenía la culpa de todo! ¡Proletarios de todo el mundo, unios! Y las masas se lo creyeron, arremetiendo entonces contra los de su propia carne y sangre, pero sólo en provecho del pueblo elegido, que en realidad era el causante de todas sus miserias. Y encima en la escuela se nos explicaba en términos conmovedores la lección de la enternecedora historia de José y sus hermanos y hasta algún que otro profesor "lloraba largo tiempo" y todo».
Guarda silencio, con la mirada abismada en esa Biblia del odio.
II
«La cosa sigue así durante todo el Antiguo Testamento», vuelve a comenzar Hitler. «No te digo nada nuevo si te informo de que uno debería evitar perder el tiempo intentando llegar a percatarse de todos y cada uno de los manejos de los fariseos. Con el libro de José hay ya para hartarse. Lo que se expresa en él es ya el mismísimo infierno viviente en lo tocante a continuadas matanzas en masa, crueldad bestial, desatada inclinación a la rapiña, todo ello calculado con la mayor sangre fría. ¡Y todo en nombre de Jehová, por expresa voluntad suya! La que se lleva la máxima reverencia es la prostituta Raquel, en virtud de cuya traición la ciudad de Jericó pudo ser sacrificada a manos de los judíos –no quedaron con vida ni personas ni ganado, ni jóvenes ni viejos; a ella se le concede el derecho a vivir junto con toda su miserable familia en Israel (19). ¡Y cuál no fue el tropel de pueblos valiosos a los que uno tras otro hicieron extinguirse! Delitzsch, quien investigó
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esa época concienzudamente, dice por ejemplo de los canaítas que en todos los promontorios y bajo cada árbol frondoso ponían ofrendas devotas al dios solar y a Ashvera, la diosa portadora de lo sagrado; y luego equipara esta práctica tan hermosa y poética con la piadosa costumbre que tiene la población de nuestras aldeas católicas de reverenciar a las alturas con ciertas capillas ocultas en la roca de las montañas» (20).
«Ya sólo José» –enuncio yo- «se bastó para abatir por medio de sus maniobras de rapiña a 31 reyes con sus pueblos, incluidos entre ellos, algunos que le habían confiado plenamente sus destinos. Una y otra vez vuelve a aparecer el siniestro dicho de: “y no dejarás que nadie sobreviva”. Como los judíos por sí solos no se bastaban, la chusma del pueblo y sus sucesivos descendientes han tenido que ser como si dijéramos la herramienta indicada, la tropa de choque a su servicio, y no sólo necesariamente para desfigurar la verdadera fuente inspiradora de los acontecimientos, sino también porque los hijos de Israel han endosado desde siempre lo que es el momento en sí del trabajo peligroso a los pardillos gentiles, y tanto más necesario ha sido hacerlo entre aquellos pueblos en los que sin el concurso de la embestida de tales embrutecidos aliados suyos los judíos hubieran sido demasiado débiles. Es fascinante la visible y rebosante satisfacción con la que se enumera en detalle a cada uno de los reyes abatidos. No puede uno dejar de pensar en ese punto en el que el profeta Isaías arranca a despotricar como un poseso: “La ira del Señor rezuma de cada matorral de esta tierra” -y en términos sucesivos: “os colmará de holocaustos en respuesta, vuestra nación se incendiará de infortunio, vendrá un hado que la convertirá en un desierto, que hará que vuestros regentes se llamen regentes sin nación, y que todos vuestros príncipes hallen la muerte” (21). Aunque entre Isaías y José yacen cientos de años, vemos que esa ira infernal que inspiran los reinos gentiles no se ha modificado ni en un ápice».
«Ni se modificará aunque pase la eternidad entera» –prosigue Hitler, «en lo que respecta a los reyes y a los regentes que podamos tener. Hay que librarse de esa acción suya; y el camino para ello pasa más por la maña que por la fuerza. Un dirección política sólida, y se le quita la presa del pico a los judíos. Pero tal será verdaderamente sólida sólo cuando haya calado del todo en el pueblo, cuando sea capaz de generar en su interior el bienestar hasta en el más nimio de los extremos, cuando, inspirado por la firme creencia en la valía de todo ello, neutralice de antemano toda influencia desvirtuadora, cuando no se limite en consecuencia a ser nacional, sino también social hasta la médula de los huesos. Soy perfectamente consiente de lo que digo al afirmar esto: llegará el día en el que cada uno de los principales pueblos del mundo tendrá una dirección política semejante; y en ese momento se constatará admirado que éstos, en vez de aniquilarse mutuamente como hasta ahora, velarán unos por otros y se respetarán entre ellos. Pues en ese momento se habrá puesto fin al azote del ansia de conquista, de la voluptuosidad del poder, del recelo mutuo -sentimientos desatados en el presente, pero que, desandando su cauce, puede verse que encuentran su foco sólo en aisladas minorías, y no en la generalidad de las personas, que es de buena voluntad; se habrá puesto fin al engañoso mercadeo de una confraternización universal impuesta, la consumación de la cual con carácter verdadero sólo sería posible bajo el requisito previo de la exclusión del juego del eterno perturbador de la paz, el judío. En caso contrario semejante ensayo sería superfluo; los pueblos se estarían engañando a sí mismos por esta senda».
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III
«¿Dime» -le interrumpo– «consideras que los judíos tienen un carácter nacional o cosmopolita?».
«Ni lo primero ni lo segundo» -fue la respuesta. «La simpatía cosmopolita presupone conceptuar al resto del mundo en paridad con uno mismo, y si el mundo luego corresponde, pues estupendo. La última esperanza que podría perder por ejemplo el cardumen de prosélitos de tal simpatía que tenemos aquí en casa es la de que llegará el día en que el mundo esté tan a bien con ellos como ellos con el mundo. Mientras tanto creen que basta con la buena voluntad para que las cosas acaben marchando. Pero ésta precisamente es la que le falta al judío en casa, ni rastro de ella. A éste no se le ocurre ni en sueños eso de arreglarse a la humanidad. Lo que quiere es dominarla, y mejor aún sangrarla. Si en su caso la cosa hubiera ido de eso de la convivencia armoniosa, ya habría tenido oportunidades de sobra y más que de sobra para ello. Tiene grabado en el alma el mandato de Jehová (22) de no aliarse con ningún pueblo, sino al contrario el de ir devorándolos uno tras otro. Allí donde llegó, en todas partes recibió al comienzo un trato esmerado, en el antiguo Egipto, en Persia, en Babilonia, en Europa; en ninguna parte brilló éste por su ausencia. Los conquistadores germánicos le otorgaron todo un grupo de derechos personalizados, en los que se contemplaba la tolerancia para con él; tenía garantizada la propiedad del suelo y de las fincas. Podía comerciar donde y como quisiera, incluso con aquello a lo que lo lleva su inclinación fundamental, con esclavos; podía revestir cargos públicos como cualquier ciudadano, incluido el cargo de juez; y su supuesta religión se hallaba rigurosamente protegida por el Estado (23). Esto es más o menos lo que escribe Otto Hauser, del que nadie podrá decir que no intentase el hombre presentar al judío a la luz más seductora posible –¡y tanto!, digo yo, como que hay que andarse con buen cuidado al leerlo, si no quiere uno que los árboles rubios acaben no dejándole ver la Selva negra (24). Prefiero a grosso modo a Werner Sombart, y eso que los judíos eran los únicos que iban a las lecciones que daba en la Universidad de Berlín».
«¡Para el caso, dice lo mismo que el otro!» –exclama. «Según su tesis los judíos jamás fueron en absoluto ciudadanos de segunda clase; antiguamente hasta tenían a menudo derechos especiales, que los eximían de determinadas obligaciones, del tipo del servicio militar y demás». (25) .
«Nunca fue su punto fuerte eso de llevar adelante la carrera de las armas. En las guerras de liberación, los judíos sometidos a la corona alemana de Pomerania le hicieron al rey la oferta de darle dinero a cambio de no tener que ir en persona al campo de batalla, “porque en los tiempos actuales de poca utilidad pueden seros unos cobardes gallinas, pero de mucha 10000 táleros en efectivo”. Se autorizó el pago a cambio, y no sólo aquí, sino también en otras cinco provincias prusianas en las que los había a montones». (26).
«Conozco ese extremo de la fuente de Hauser», acoto yo; «resulta de dominio público. Y sin embargo tenemos que la Enciclopedia Mayer escribe
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con toda la facundia del mundo que los judíos probaron ser buenos súbditos alemanes en virtud de su comportamiento heroico en las guerras de liberación».
«Sí, lo mismo que en la Guerra Mundial» –replica Hitler con un aspaviento despectivo que lo dice todo. «Si por mi fuera, en cada escuela, en cada confluencia de calles, en cada pensión de huéspedes, tendría que colgar un cartel que no airease otra cosa sino el dicho de Schopenhauer (27) sobre los judíos: ”los grandes maestros de la mentira”. Es lo más acertado que se ha dicho nunca. Y hace justicia a todos sin excepción, ya puedan ser de clase alta o de humilde, especuladores de Bolsa o rabinos, bautizados o escindidos de su comunidad. ¡El pueblo esclavizado, perseguido durante milenios! Y los espíritus candorosos vuelven a picar una y otra vez el anzuelo. Desde luego que suscitó el repudio general, pero sólo luego de que hubiera abusado escandalosamente de la hospitalidad que se le había ofrecido en la nación que fuera y de haberle robado a ésta hasta la camisa. Así ocurrió en todos los casos: ¡en el antiguo Imperio Romano, en Egipto, en Asia, luego en Inglaterra, en Italia, en Francia, en Polonia, Holanda, Alemania, e incluso, tal como escribe literalmente Sombart, “en la península ibérica, en la que tanto favor habían conocido”!. ¡Ya Cicerón ponderaba apesadumbrado el continuado trasvase de las reservas de oro romanas a Jerusalén! (28). La explicación de semejante cosa la encontramos en su contemporáneo de origen judío Josefo: en aquella época, más de dos millones de judíos, procedentes de todas las provincias del gigantesco Imperio, realizaban su piadosa peregrinación anual al Templo de Salomón (29). El pastel quedó al descubierto más adelante, cuando se produjo la conquista de Jerusalén por Tito; la Casa de Dios escondía en sus bóvedas subterráneas ingentes cantidades hacinadas de oro. Por lo que parece, en el presente la madriguera se encuentra en América; Henry Ford cuenta cómo en su patria es un aserto comúnmente aceptado eso de que los Estados Unidos supuestamente se hallan en posesión de más oro que cualquier otro país del mundo. ¿Pero dónde habrá de estar? “¿Cuánto hace que no se ha vuelto a ver un lingote de oro?”. El gobierno se halla endeudado hasta las cejas, ni siquiera puede pagarle su pensión a los inválidos de guerra, y sin el menor resquicio de duda que el oro se encuentra metido en América, pero no precisamente en manos de los americanos» (30).
«¿Cuánto hace que no se ha vuelto a ver un lingote de oro en Suiza, en Inglaterra, en Holanda, en Francia, en los países escandinavos?» –extrapolé yo, «a finales de 1922, estando en Suiza, no vi ni uno en circulación, papel y nada más que papel, la misma película que entre nosotros. Y la misma situación en el resto del mundo. Hicimos el canelo a base de bien cuando depositamos todo el oro en el Reichsbank. Lo mismo hubiera valido llevarlo directamente a las sinagogas».
«En la misma senda prosigue, hoy como hace dos mil años. Digo yo que ello basta para señalar sin resquicio de duda en qué consiste el ser del cosmopolitismo judío, y quien dice eso dice el sentimiento patrio que pueda caberle a los judíos. Naturalmente que con éste no se hace referencia al específico que puedan tener uno por Alemania, el otro por Inglaterra, y así sucesivamente. Ya no hay peces que puedan seguir picando en tal cebo. El judío alemán Börne escribió: “Mándame una caja llena de tierra alemana, para que pueda matar con la mirada siquiera simbólicamente esa nación maldita” ; y según Heinrich Heine el futuro de Alemania acabaría desahuciado en una palangana llena de
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excremento (31). El físico Einstein, al que la propaganda publicitaria judía hace relucir como si fuera un segundo Kepler, declara que no tiene nada que ver con el espíritu alemán; le parecen “fuera de lugar” las usanzas propias de la “Agrupación Nacional de Ciudadanos Alemanes de Credo Judío”, pero sólo en tanto comunidad religiosa judía, no en tanto que se desmarca, señalando su idiosincrasia propia, del conjunto del pueblo alemán (32). ¿Un mirlo blanco? No. Sólo alguien que deposita en su propio pueblo una fe que salva todos los obstáculos, y que ya no considera necesario seguir disimulándolo. Hasta la propia Agrupación Nacional ha acabado quitándose la careta. Un tal Dr. Brünn reconoció con toda franqueza que los judíos no pueden tener el menor sentimiento patrio (33). Malinterpretamos sistemáticamente, en calidad de impulso irracional, sus amorfas maniobras en pos de amoldarse en cualquier medio y elemento. ¡Es el verlas como algo no premeditado lo que consigue que el espectáculo de tanto judío de Galitzia que se presenta primero como alemán, luego como inglés, para acabar convirtiéndose en americano, no despierte la menor reticencia en contra, y menos aún de orden consuetudinario! Pasa de ser lo uno a lo otro con la misma facilidad con la que se chasquean los dedos. Se transforma aquí y allá con velocidad simiesca, y dependiendo del lugar al que estén aferradas sus zarpas en ese momento, arranca a cantar lo mismo el Wacht am Rhein que la Marsellesa o el Yankee doodle. De fijo que ni el Dr. Heim siquiera se atrevería a discutir el hecho de que la residencia de hoy de nuestros Warburg, nuestros Bleichröder, nuestros Mendelsohn, mañana podría trasladarse a Londres o a Nueva York como si tal cosa, con su correspondiente patriotismo incluido. A Walther Rathenau se le escapó en una ocasión lo siguiente referido a la comunidad judía berlinesa: “¡A la orilla de la Marca de Brandeburgo hay una horda asiática!” (34). Se le olvidó acotar que la misma horda hay ante el Isar, ante el Elba, ante el Meno, ante el Themse, ante el Sena, ante el Hudson, ante el Neva, ante el Volga. Y por doquier desenvolviéndose en el entorno con la misma falsía. Sin embargo nuestros augures y adivinos siguen haciendo distingos entre los judíos residentes y los transeúntes, entre los que ya están asentados y los recién llegados, entre los del Este y los del Oeste; y cuando la nómina entera de tahúres tiene ya bien asegurado el monopolio, ésta se encoge de hombros y suelta: Cada nación tiene los judíos que se merece. Y para los primeros la cosa no parece ir con ellos por el hecho de que sea un judío el que haya dicho esto (35). Suena tan bien... ¿Qué más da que con ello se nos endilgue de paso una sonora bofetada? En 1916, Samuel Gompers, el dirigente de la socialdemocracia americana, proclamaba: ¡Israel entero se alinea abiertamente de parte británica! O sea, el judaísmo al completo. También el norteamericano Ford estaba al tanto de ello. Se refirió a la deslealtad de los supuestos judíos alemanes contra la propia nación en la que residían. ¿Y cuál es la causa de que se hayan unido al resto de los judíos para caer sobre Alemania?, deja caer con sarcasmo el judío: ”Porque el alemán es una bestia perversa, una criatura retrógrada y medieval, que no comparte la más mínima noción de nuestros valores propios. ¿Y esa es la chusma a la que supuestamente deberíamos asistir? No, esa chusma tiene los judíos que merece”. Desde luego que no se puede llevar el descaro más lejos» –reflexioné yo.
«Estoy rememorando en este momento los acontecimientos de Rusia».
«En el año 1870, a los alemanes se nos daba la prerrogativa de ser un gran pueblo. Es que los judíos consideraron que había llegado la hora de
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sustituir al Emperador francés, que ya no era de su confianza, por un Presidente más apropiado; contaban además con que sería posible introducir la Comuna aprovechando la ocasión; ¡así que venga, a soltar al Heldenvolk (pueblo heroico)! No hay que extrañarse de que entreverada tras la estela de nuestros príncipes y generales hiciese su entrada en París una vivaracha camarilla de gesticulantes financieros judíos (36). En el intervalo transcurrido hemos vuelto a ser degradados a la condición de gentuza. La prensa, la herramienta predilecta del Anticristo, tal como la llamaba Bismarck (37), nos ha convertido ahora en los boches, en los hunos. ¡Pero no hay más que esperar sentado! Iremos deviniendo más admirables en la misma medida en que vaya incrementándose nuestro proceso de bolchevización. Hasta que llegue un buen día en que los que sean el lúmpen serán ya los franceses y los ingleses. A quien tenga ojos para ver no le hará falta ser un lince para ver esto. Ya hace años cierto hebreo vocingleró así desde un periódico inglés de gran difusión: “Soy súbdito británico, pero primero y ante todo judío” (38). Y otro así: “Quien se vea obligado a elegir entre sus deberes como inglés y sus deberes como judío, deberá decidirse por lo último” (39). Y un tercero: “los judíos que pretenden ser patriotas ingleses y buenos judíos al tiempo son sencillamente mentirosos vivientes” (40). Qué judaizada no tendría que estar ya Inglaterra en ese momento como para que puedan haber incurrido tan manifiestamente en tales atrevimientos».
«Empezando por Cromwell hasta Eduardo VII incluido, ha sido la ciudadela del judaísmo europeo» –enuncio yo. «Los puritanos acudían al campo de batalla enarbolando el Antiguo Testamento como estandarte; el león de Judea. También se hizo honor a la profecía de Isaías de que “todos vuestros príncipes conocerán el fin” : Cromwell mandó decapitar a su Rey Carlos I. Una vez pude contemplar en persona al masón de alta graduación Eduardo VII: la imagen clásica de un judío de la Bolsa. También estaba rodeado de judíos de pura cepa. Entretanto la central parece haberse trasladado a América. Hacía ya largo tiempo que ese era un suelo propicio. Sombart afirma que fueron fondos judíos los que hicieron posible los dos primeros viajes de Colón (41); el primer europeo que habría pisado suelo americano sería también un supuesto judío, Luis de Torres. Pero lo que tiene más arte es que, según él, recientemente hasta el propio Colón ha sido reclamado por los judíos como propio».
«¡Ah, eso por supuesto!» –dice Hitler riéndose a carcajadas. «Todo lo que haya desempeñado un papel de importancia en el mundo, incluido hasta el bueno de Dios, por descontado que es judío. Goethe y Schopenhauer forman asimismo en el pelotón. Quien entre a semejante trapo acabará tarumba. Por mi parte les niego tanto el extremo de Colón como el de Torres. En aquella época el mar ofrecía aún menos alicientes que hoy».
«Según Hauser», -reitero yo-, «Colón era de ascendencia germánica, incluso tal vez de ascendencia estrictamente alemana».
«Me importa un rábano» –insiste Hitler-, «por mí como si era un cafre zulú. Antes le concedería la realización de esa acción a un negro que a un judío. El que los hijos de Israel hayan sacado tajada de ello a velocidad de vértigo es ya harina de otro costal. Sabiendo como son, ya deben andar a la caza de alguien que haya sido capaz de llegar a la constelación de Sirio. El querido prójimo de residencia terrestre comienza a saberles ya a poco».
«Sombart escribe que no hay país que se halle más “colmado a rebosar” del espíritu judío (42). Ya pudimos rastrear las huellas de ello en la Guerra Mundial. Estás al tanto como yo de que a instancias de una Comisión especial
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del Congreso se hizo la siguiente afirmación oficial: ¡Ya en 1915, o sea en un momento en que a la América auténtica no se le había pasado por la cabeza ni en sueños el entrar en guerra con nosotros, en el que a cualquiera que hubiera llegado ni siquiera con la más leve insinuación al respecto se le habría echado a patadas instantáneamente, se había reunido ya allí una Comisión orientadora de carácter secreto destinada única y exclusivamente al propósito de hacer los preparativos necesarios para la guerra! ¡En el año 1915, tiene tomate que dos años enteros antes de la entrada de los Estados Unidos en la guerra! ¿Y quién era el que había movido los hilos en aquel entonces? Junto al honorable Wilson, el judío, hasta entonces totalmente desconocido, Bernard Baruch; quien posteriormente declaró en estos términos literales ante la Comisión especial, tan facundo él: “Yo tenía la certeza absoluta de que habría guerra desde mucho antes de que llegase” (43). Y que nadie se levantara e hiciera papilla a semejante bellaco retorcido...».
«Está probado que la determinación de los máximos organismos rectores judíos relativa al desencadenamiento de la Guerra Mundial se retrotrae muy lejos» –dijo Hitler. «En 1903, el Presidente del 6º Congreso Sionista celebrado en Basilea, Max Nordau, proclamó, en medio de una tensa expectación, que Theodor Herzl podía garantizar que nos encontrábamos a las puertas de una terrorífica conmoción del mundo entero (44). ¡El bueno de Herzl ! ¡El pedazo de idealista! Y nuestros augures y adivinos se sentían conmovidos cada vez que pensaban en este Patriarca desterrado; ¡y ello aun cuando hasta los burros están al tanto de los mangoneos que se ha traído con nosotros su asqueroso pueblo! No, amigo mío, aquí se acabaron los truquitos mágicos seductores. Y si hasta en el Más Allá me topara con una Agrupación Nacional de ciudadanos del Cielo de religión judía, exclamaría ante la Asociación: ¡Vade retro al infierno, embaucadores ! ¡ Es que sería ya el colmo tolerar que vendiérais hasta el Olimpo!»
«Herzl era sionista» –acoto.
«¡Lo que era es judío!» –dijo Hitler dando un golpe sobre la mesa. «¡”Judío” lo dice todo en una palabra! ¡No hay la menor diferencia entre ambos! A menos que se elabore una artificial que sirva de reclamo de perdices. ¡La Nación sagrada quiere volver a tener su propio Estado! Se ha escuchado bien: ¡volver a tener! ¡Una Nación sagrada que nunca fue tal, y un Estado que jamás existió! El que las correrías y escabechinas de ese “Estado” en Palestina no llegaran a abarcar ni seis siglos hasta que los asirios pusieran fin a su zapateta, deja entrever ya la magnitud, que escapa a toda ponderación, de la degenerada corrupción imperante en él. ¿Esto, esto es el fundamento de su Estado? Bien, leamos pues el Antiguo Testamento buscando su eco: Primero la ininterrumpida secuencia de matanzas y rapiñas ejecutadas sobre pueblos extranjeros, lo que colmó durante una buena temporada todas las aspiraciones; luego, hasta las últimas consecuencias, la más taimada y calculada sedición, una anarquía fundamental en oleadas sucesivas. Tal como enuncia con toda razón Bleibtreu (45), ése que constituye el pináculo de las mañas de Estado judías, lo más granado de ellas, su auténtico título de honor, el rey David, es un mangante de tal envergadura que no tiene bastante ni con la infamia sin parangón de la misiva dirigida a Urias: aún en su lecho de muerte, confió a su hijo la misión de asesinar al General Joab, ya que por desgracia para él en persona un juramento le impedía cobrarse la menor venganza del antiguo camarada de guerra. Si bien luego la cosa se queda en agua de borrajas.
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Cuando Ciro consintió el regreso de los judíos a Palestina, lo que ocurrió -tal como manifiesta Delitzsch- no fue nada de aquello que los profetas habían previsto, sino algo de cajón: que la aplastante mayoría pasó de lo lindo, se ciscó mismamente en Sión, en inconmensurable número siguió asentada, más contenta que unas castañuelas, en Babilonia, donde siguió usureando hasta apurar las heces. Lo que queda así de bien expresado luego: Contemplábamos las aguas de Babilonia y sollozábamos al rememorar Sión. El dicho popular conoce el asunto mejor. “Se les hacía la boca agua con los vinos de Babilonia”, dice. (N. del T.: juego de palabras intraducible en español, que juega con la similitud fonética entre “weinen” (llorar) y “Weinen” (vinos), así como la existente entre “Wassern” (aguas) y “wassern” (remojar-se, empaparse); para mantener siquiera una reminiscencia de ese juego de palabras se ha optado en la traducción por “hacerse la boca agua”. Una traducción literal diría: “...se empaparon de los vinos de Babilonia”).
«En el año 1627 no había en Jerusalén mas que dos únicos habitantes judíos; hasta la Primera Guerra mundial, el número de judíos en toda Palestina apenas se había incrementado hasta los 120.000 (47), a pesar de que desde tiempos inmemoriales han tenido el acceso libre, y está comprobado que tampoco les han faltado los medios. Los restantes 20 ó 24 millones, o más aún –no se puede comprobar tal extremo con precisión, ya que no somos nosotros, sino los judíos los que hacen el recuento- siguieron cebándose en todo el mundo a costa del sudor ajeno. No hay quien pueda concebir cómo iba a acoger la pequeña Palestina a esta enorme multitud de una sola vez».
«Tampoco es que haga falta» –contrapuso Hitler-. «Como figura en el papel ya hay justificación de sobra. ¡Israel vuelve a tomar conciencia de sí, ya se le desprenden las cadenas, el sol del nuevo Estado de derecho divino se eleva sobre Sión! ¡Vaya teatrito! ¡Al fin solucionado! Todo queda petrificado de veneración. Los judíos risotean por lo bajo de incontenible sarcasmo».
«Ya la resolución», -quise proseguir...
«¡Anda que no» -apela él-, «aquí sí que se destapa el asunto! ¡En este punto es donde se les ve el plumero más que en ninguna otra parte! ¡En la resolución del Congreso mundial judío de 1919 en Filadelfia! “Los judíos son ciudadanos del nuevo Estado judío de Palestina, si bien poseen simultáneamente la totalidad de los derechos ciudadanos de cualquier Estado en que les pluguiere vivir”. Uno tiene que leer esto dos veces, qué digo, cien veces, si es que no quiere tomar semejante nonplusultra del descaro por una descabellada alucinación. Los ingleses son ciudadanos del Imperio británico; cualquier inglés al que le pluguiera vivir en Alemania, en Francia o en Italia poseerá allí también todos los derechos propios de su ciudadanía inglesa, si bien al mismo tiempo poseerá además la totalidad de derechos ciudadanos del país correspondiente! ¡Cabe imaginarse tal cosa, para preguntarse por el griterío furioso que se levantaría no ya entre nosotros, entre los franceses o los italianos, sino entre los mismos judíos, si el pueblo inglés hubiera concebido efectivamente semejante resolución! Empero, el Congreso Mundial Judío deja caer su resolución de forma tan categórica como si fuera una orden».
«Dada la idiosincrasia judía» –interpuse yo- «tampoco es que ello haya constituido ninguna sorpresa en especial. De aquí salió Cohn el magnífico promovido a Presidente del Reich alemán. Su residencia oficial se sitúa en Berlín. ¿Pero quién sabe, después de todo? Acaso resida oficialmente en Jerusalén. Y hasta puede que el magnífico Cohn sea el cabeza de Estado no
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sólo en Alemania, sino también en Palestina. Es una perspectiva reconfortante en caso de guerra».
«¡El Congreso Mundial Judío» –repitió Hitler- «representaba al conjunto del judaísmo universal, así que también a los sionistas! Éste es el sabroso intríngulis: Los judíos han de permanecer allí donde se encuentran; y el único propósito que alberga la nueva Sión es, en primer lugar, fortalecer su columna vertebral política, segundo, halagar su vanidad, si bien para acabar, y de forma primordial, proporcionarles un lugar en el que ningún extraño pueda andar husmeando a lo que se dedican con sus sucias manazas. Como en los días de Cicerón, entonces los piadosos peregrinos volverán a visitar Jerusalén, año sí, año no, para cambiar, en el umbral del Templo, una inmensa colección de sólidos presentes por un buen torrente de parabienes. En otras palabras: arsenal y escuela preparatoria al tiempo. Eso mismo que ya era cada guetto a escala reducida. Aprovechando la ocasión, ahí pueden mercachiflear e ir atesorando hasta reventar –ya en el poder despacharse a gusto en chillidos y gesticulaciones para conseguir el anhelado cierre del trato encuentran ellos justificación bastante. Vaya, yo diría que en este mismo instante acabamos de dar sin querer con la clave del nacionalismo judío».
«Luego quedamos en que ni nacionalistas ni cosmopolitas» -confirmo yo- «¿Qué es lo que son entonces?».
«Con las nociones al uso», -se encoge de hombros Hitler- «no hay manera de dirimirlo. Una red de usureo que se extiende en torno a toda la tierra, chupando y venga a chupar por doquier, por tramos lenta, por tramos aceleradamente. Al comienzo del magro relleno, ya así hasta rebañar los jugos resecos. El Sionismo que resulta visible es el punto de partida. Éste depende soterradamente del gran bulbo oculto. No hay ni rastro de algo que se le oponga».
«Tal como suena la cosa» -dije entre risas, «los lobos se han repartido en dos campos. Una parte parece haber tomado la firme resolución de abandonar el país de las ovejas, para vivir la vida en plan vegetariano en algún enclave a gran profundidad».
IV
«Es un único punto el que existe, *****sobre el que hay que andar reflexionando y del que hay que hablar todo el tiempo: ¡Los grandes maestros de la mentira! Un solo instante de olvido al respecto y ya te la han pegado. De seguro que también entre nosotros se miente, pero en primer lugar no sistemáticamente, y en segundo, de forma chapucera. Cualquier buen conocedor de los hombres, no hace falta que sea muy avispado, le coge la mentira a un gentil; la sangre fría judía no se deja pillar in fraganti ni por un Sherlock Holmes. El judío quedaría en evidencia sólo si para variar dijera la verdad por una vez. Cuando hace tal cosa, es que tiene una intención oculta al respecto, y entonces también la verdad resulta ser una mentira».
«Ya Lutero», reitero yo, «llama así a los judíos: “No eres alemán, sino un truhán; no un extranjero, sino un farsante de cuerpo entero” (48); su segunda expresión sobre él es categórica: ¡Mentiroso!»
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«Todos los que han trabado conocimiento con él se expresan de tal forma» -contrapuso Hitler, «empezando por los faraones, pasando por Goethe, hasta llegar a nuestra época; y aquí quedan englobadas todas las lenguas vivas y muertas: griego, latín, persa, turco, alemán, inglés, francés, japonés, cualquiera que se te ocurra. Uno estaría tentado de creer que semejante unanimidad absoluta en el juicio condenatorio a lo ancho del mundo entero debería siquiera dar un poco que pensar a nuestros augures y adivinos ¡Qué Dios nos proteja! Ni siquiera Cristo, en esa escena en la que aparece en medio de la rastrera chusma judía, la viva imagen del desprecio y con los ojos echando centellas, mientras sus palabras van cayendo como latigazos, es capaz de que agucen los oídos al respecto: “Vosotros sois de vuestro padre el Diablo, y queréis cumplir los deseos de vuestro padre. Este era homicida desde el principio, y no se mantuvo en la verdad, porque no hay verdad en él; cuando dice la mentira, dice lo que le sale de dentro, porque es mentiroso y padre de la mentira” (49); a nuestros augures y adivinos esto les resulta como si un niño pequeño hubiera balbuceado algo incomprensible».
«Teniendo en cuenta las patrañas que se cuentan entre ellos –de esas del tipo de que este episodio consistiría sólo en un bienintencionado sermón de reprobación del Señor a su amado pueblo de Israel-, no quisiera dejar de destacar después de todo sus habilidades irónicas. Si hubiera que atenerse a esa imagen, parecería y todo que lo que hicieron los judíos a continuación fue postrarse a cuatro patas de pura reverencia. Estoy persuadido de que nuestros hombres cultivados también aceptarían que esto procede de Cristo, tan empeñados están en ver en su figura a un hebreo de pura cepa. Ya puestos, ahora que lo pienso ello no resulta tan desacertado como parece: Sacando partido de la imagen, resulta que los judíos llevan la tira moviéndose por ahí a cuatro patas».
«Y Cristo» -prosigue Hitler elevando el tono de voz-, «que era la elevación, la sinceridad mismas. ¡Por Dios, cómo es posible no darse cuenta de que aquí se hallaban uno frente a otro dos mundos radicalmente distintos! ¿Cómo ocurrió si no en toda Palestina tras el cautiverio babilónico? Una extensa capa basal de gentiles, y sobre ella el judío usurario, cuyo poder se asienta en el dinero. Así figura en el Libro de Nehemias. Sombart dice que no podría haberse deseado leer nada más explícito (50). El punto capital: La población autóctona, una masa de campesinos explotados, pertenecía a una raza bien distinta de la de los hebreos. Paulatinamente le fue siendo impuesta la fe judía. El mismo Cristo trona encolerizado al respecto: ¡que recorréis mar y tierra para hacer un prosélito...! (51). Así reza, de forma bien expresiva: partió de Galilea y fue a la región de Judea (52). Galilea era la tierra de los gentiles, vamos, que poco había cambiado la cosa en esto, expresamente el pueblo que habitaba entre tinieblas, tal como se jactaba la altanera comunidad judía (53). De ahí vienen los tan reiterados ¿Qué puede venir de bueno de Galilea?, y ¿tú también eres galileo? De Galilea no puede despuntar profeta alguno (54). Los hebreos están tan firmemente persuadidos de la estirpe gentil de Cristo, que lo incluyen entre el número de los abominados samaritanos (55). ¡Sólo hay que rebuscar! Tales ejemplos abundan mucho más».
«Las multitudes populares que congregaba con tan pasmosa facilidad –ratifico yo-, ya pudieran proceder de donde procedieran, no tenían nada en común con la judería en lo anímico, en tan escasa medida que los fariseos se cogen un cabreo infernal al respecto. El pueblo que desconoce la Ley es un
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pueblo maldito, sisean contra los herejes, a los que en vano intentaban dispersar, para atrapar a Cristo (56)».
«A mí me bastaría ya con la matanza de niños de Belén», dijo Hitler. «En la que desde luego lo que asesinaron los judíos no fue de su propia semilla. Reza “todos los niños de Belén y sus alrededores” (57). Que me cuelguen si no se trata de Galilea».
«La misma historia que con los primogénitos de Egipto» -contrapuse yo. «Sólo que en este caso es Jehová mismo el que encarga la misión, así que cae por su propio peso que se trata de un acto religioso, esto es, aconteció un asesinato ritual de vasta envergadura. Con el que advino conjuntamente la Consagración del cordero pascual (58). Qué cosa tan rara».
«Nada hay» –replica Hitler- «que delate más claramente la mala conciencia de los judíos que su afirmación, de incalificable descaro, de que ellos jamás habrían consumado sacrificio humano alguno. ¡El Antiguo Testamento entero rebosa de ellos! La mayoría de las ejecuciones ocurrieron en nombre de Jehová. No hablaré ya del propósito de Abraham de degollar a su único hijo. En primer lugar, no llegó a materializarse; y en segundo, se me antoja que la historia es un cuento chino de cabo a rabo. La recompensa debida a la obediencia ciega eleva el fanatismo judío. En el caso del sacrificio de la hija de Jefté la cosa ya ofrece un aspecto distinto. El anciano era hijo de una prostituta, así que no era un kosher al ciento por ciento, amén de llevar largo tiempo expulsado de entre los hijos de Israel. Hasta que no ven la cosa apurada no volvieron a acoger entre ellos al valiente guerrero (59). Su única descendencia la constituía su hija. Y fue sacrificada. Sin el menor reparo en contra; como si fuera la cosa más evidente del mundo. Siempre según la antigua usanza. Ahora surge la pregunta de por qué ésta aún tuvo que pasar dos meses enteros llorando su virginidad. Hasta ese momento había permanecido inmaculada y siguió así hasta el último instante. Se sigue que esos lloros eran en previsión de algo. ¿A quién le estaba destinada esa virginidad? ¿A Jehovah? ¿O a un vicario de Jehovah salido del Sanedrín?».
«Ya Voltaire», aporto yo, «manifiesta su desconcierto ante el diezmo del Señor sacado de entre las vírgenes capturadas que por norma los judíos excluían del reparto general, anatematizándolo. Voltaire se preguntaba qué es lo que se hacía con esas doncellas. ¿Es que los judíos conocían acaso los monasterios? Si el diezmo del Señor no consistía en la sangre, ¿en qué consistía entonces? (60) ».
«La táctica judía», dijo Hitler, «ha sido y sigue siendo justamente la de esconder la cabeza bajo tierra como los avestruces, enseñando el trasero y haciendo como si nadie se enterase de lo más mínimo. Desde el momento en que los hebreos irrumpieron en el mundo civilizado, se repite ininterrumpidamente la acusación de que los judíos emplean sangre gentil con propósitos religiosos. En el antiguo Imperio romano, en la España mora, en la España cristiana, en Francia, en Alemania, en Polonia, en Rusia, este rumor se propaga reiteradamente por doquier a lo largo de los milenios con la misma certeza. Resulta sencillamente ridículo catalogar tan tenaces imputaciones, procedentes de tan diferentes pueblos matrices, en calidad de elucubraciones calenturientas. Cae de suyo que los judíos practican tales actos. Con el ceño fruncido niegan haber practicado ese rito en aquellos tiempos. Y Otto Hauser los cree al pie de la letra. No existe el menor motivo, escribe, para dudar de sus solemnes afirmaciones (61). ¿Ah, sí? ¿Y la hija de Jefté? ¿Y los primogénitos de
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Egipto? ¿Y el diezmo del Señor? Vaya si esto era el ritual de sangre, tal como figura en los libros. Como ya dije, su mala conciencia no delata el asunto de forma tan palpable como lo hace la descarada negación de tales hechos de dominio público».
«Sin embargo la cosa resulta», repliqué yo. «Ya no se sabe leer; y una vez que se ha leído algo, acto seguido queda en el olvido. La Iglesia católica ha nombrado beatos, incluso santos, a una buena cantidad de niños degollados. El santo Rodolfo, el patrón protector del heredero de la corona de Austria, se cuenta entre ellos. ¿Quién está al tanto de ello hoy en día? Según parece, ni la propia clerecía. Lutero (62) les echa en cara a los judíos que raptan y acuchillan niños. Pero también, que entregan grandes sumas de dinero, con lo que resultan de provecho para los nobles dignatarios. El viejo método, para los momentos en que la cosa huele ya a chamusquina. ¡ FIAT IVSTITIA !»
«Había ocasiones en las que no sacaban nada por esta senda», objetó Hitler. «¿Cuánto hace que el judío Hülsner fue declarado culpable de forma probada y sentenciado a muerte en Polonia a causa del asesinato ritual (63)?».
«En realidad la pena le fue conmutada por la de cadena perpetua», hice saber yo; «durante la Revolución, con el pretexto que fuese, salió entonces a la calle».
«¡Aunque así fuese!», exclamó Hitler. «Fue condenado. Concluyente. Inapelable. No hay judío que pueda amañar el asunto. En tan escasa medida como con el probado asesinato ritual en el caso del Padre Thomas (64). Al que redujo toda una jauría de judíos, nada menos que en casa del hebreo más piadoso de la ciudad, siendo degollado de forma protocolaria. Todos fueron detenidos por sorpresa, aislados, y todos reconocieron el crimen, todos sin excepción. Las declaraciones que efectuaron sobre los atroces pormenores coincidían como si se tratara de un molde. La necesidad urgente de vacunar a un niño, el más que cálido recibimiento –“¿de verdad no le apetecería tomar algo?”-, cómo lo agarran, atan y amordazan por sorpresa; cómo lo arrastran hasta un cuarto trastero, la espera hasta que se hace de noche, cómo le rebanan la garganta y recogen la sangre –el Rabino mayor da a renglón seguido las bendiciones rituales para que se vaya preparando el pan ácimo de la celebración de Purim; cómo quemaron luego las ropas, el descuartizamiento del cadáver, la forma en que borraron las huellas. Paso tras paso, una absoluta coincidencia al milímetro. No hay tortura en el mundo que pueda obtener una unanimidad semejante, ya puedan invocar los judíos al cielo hasta hacerlo bajar a la tierra. Resultado: diez judíos fueron condenados a muerte. La ejecución debía seguirle muy de cerca. Pero...».
«No la siguió», interrumpí con acritud. «Los judíos Cremieux (65) y Montefiore, el uno la astucia, el otro la riqueza personificadas, a los que respaldaba la casa Rothschild en el asunto (66), vinieron desde París para entrevistarse con el déspota egipcio Mehmet Alí, tan amigo de los fastos como crónico abonado a la bancarrota, y “¿ialguien iha vifsto ialgo, a que tú nio hash vishto niada?” en ristre, los diez judíos fueron indultados y puestos en libertad uno tras otro, “siento una enorme estima hacia los judíos; Me complace ofrecer a sus emisarios esta prueba de mi simpatía”, sonrió el miserable Alí a ambos negociadores judíos; dirigiendo una halagüeña mirada de soslayo hacia el rostro radiante de su tesorero».
«Tampoco fue tan bicho» –tuve que escuchar entonces- «como para llegar a declarar inocentes a los criminales. ¡Con liberar a los prisioneros, listo!
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¡Nada de revisiones, por favor! La cosa se pondría fea en tal caso. ¡Adieu, señores míos! Eso era todo lo que los judíos demandaban, si bien dos décadas después le bastó al pedazo de mangante de Cremieux (67) para dejar caer de forma fulminante desde la tribuna parlamentaria que él y Montefiore habían desmontado esa monstruosa calumnia ante el tribunal de Mehmet Alí. Pudo permitirse tal cosa con tanta facilidad como que las actas oficiales del proceso desaparecieron poco después. Uno no es ministro en vano. Por fortuna todavía contamos con otros informes, transmitidos por testigos oculares, y cartas con las que no pudieron hacerse. Y esto es lo que importa».
«Evidentemente, Mehmet Alí no fue tan malo como para eso» –afirmé como quien no quiere la cosa-, «pero lo que sí que fue es tan repugnante bicho como para poner a merced de las ansias de venganza judías al Pachá que había dirigido la investigación sobre el asesinato ritual, sin el menor escrúpulo. Lo mandó ejecutar con un pretexto cualquiera (68). Me parece que la expresión de Werner Sombart hace al caso también en relación a Turquía (69): judío y Príncipe marchan de la mano a través de los siglos como Mefistófeles y Fausto».
«Hasta que el Príncipe se extravía en el camino –dijo Hitler inclinando la cabeza en señal de aprobación-. A eso se ha llegado actualmente. Y José lloró largo tiempo. En el caso de nuestros monarcas, con pocas excepciones, las cosas nunca marcharon bien. Ninguno llegó a nada positivo sin judíos. Incluso el más íntegro de ellos, Federico el Grande, tuvo sus tres como cómplices, el Efraim, el Moses Isaac y el Daniel Itzig (70). ¿Que ello no tuvo la menor influencia? Te digo que una sola polaina judía y el aire ya está contaminado. ¿Y por qué andaba metido el judío en todo esto, pues? La cosa iba del dinero, por descontado; pero sólo porque le reportaba influencia, porque le reportaba poder. Y conseguía esa influencia y ese poder. En ese mismo momento o a la postre. Quien cae en su trampa acaba viendo menoscabadas sus fuerzas. En ese mismo momento o a la postre. Como tal, su infamia queda descolorida conforme va esmaltándose con la confianza del pueblo. Eso le conviene, eso es lo que quiere: así se choteaban los prusianos de las monedas falsas de Federico el Grande: Por fuera Federico, por dentro Efraim. Cuando el Rey murió, la ingratitud se deshizo en imprecaciones sobre el severo régimen. La prensa judía efectuó un buen trabajo entre líneas. El pensamiento de Estado de Federico único fue socavado junto a su memoria. A partir de aquí la cosa progresó de forma fulminante, desde la emancipación judía bajo Federico Guillermo III (71), pasando por el marxismo judío bajo el Kaiser Guillermo I, hasta llegar a la Revolución judía bajo Guillermo II. “La Bolsa ha ganado una influencia tal en nuestros días que está en condiciones de llamar al campo de batalla a las fuerzas armadas en defensa de sus intereses”, escribió el viejo Moltke en su “Historia de la guerra franco-alemana”. El fiel monárquico no dejó establecida cuál era la causa de que ello ocurriera así».
«Para acabar dejando a cada cual en la bendita dicha de su criterio», recalqué, «más valdría no haber insinuado nada. Lo que había tras ese supuesto inexpresado era una auténtica orientación política, unas firmes creencias, nada de un misericordioso fariseismo. Ese distingo tendría que haber sido expresamente enunciado. Al quedar subyaciendo de forma latente, la religión de los cambistas tiene todas las de ganar. Cristo no fue tan tolerante. Derribó, látigo en ristre, los cachivaches de los hijos del diablo. No obstante su propio dicho de “amarás a tus enemigos”».
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«Paz, sí» -replicó Hitler «en lo que hace a un enemigo tan preclaro, tan declarado, un enemigo que desde mi punto de vista tiene un ensañamiento sin parangón, si bien también se le puede amar, lo menos que se puede hacer es tener cuidado con él, y el propio Cristo también se ha expresado en tal sentido; pero a Cristo ni se le pasó por la cabeza el que haya que tolerar a unos depredadores puros y simples, a personas a las que ningún amor del mundo podría hacerles retraerse de emponzoñarnos en cuerpo y alma, de su cerrazón de corazón. El propio Cristo no actuó de esa manera. Bien al contrario, siguió dándoles de bandazos lo más duramente que pudo; y en lo que le espeta a esa mafia a la cara, sacándola completamente de sus casillas, se respira la intransigencia personificada. ¡Vaya fundador de religiones sería aquel en el que se pudiera rastrear la más mínima inconsecuencia entre sus acciones y sus doctrinas! Vamos, ello sería un absurdo. A este tenor, ¿por qué nunca se han amoldado a esto los devotos? Ellos menos que nadie. Persiguen incluso a los más honestos de entre sus adversarios hasta la última gota de sangre; bien mirado, sólo a éstos. Pero ante el más taimado hatajo de estafadores organizados todo lo que hacen es la vista gorda. El Partido Popular bávaro sabe exactamente que defendemos de buena fe, sin la menor reticencia, los fundamentos cristianos de nuestra nación; pero sabe también igualmente que, mientras no cambien las cosas en su seno, bien contadas van a ser las ocasiones, por no decir absolutamente ninguna, en las que vamos a hacer buenas migas; así que prefiere relacionarse con los judíos, ya que alberga la esperanza de poder mantenerse en el poder con su apoyo. Menudo pasmo se va a llevar. El judío lo utilizará, inundándolo de untuosa solicitud, hasta que tenga la sartén por el mango, momento en el que, tras una senda sembrada de escorpiones, lo pondrá en manos del verdugo».
«Así será indefectiblemente» –asentí; «a nuestra vera no tendrían que pasar por esa horrible experiencia. No somos unos asesinos, por lo menos no lo somos de nuestra propia carne y sangre. Por lo que a nosotros respecta, estos buenos señores hasta podrían volver a constituir el gobierno una vez que hubiéramos sacado el estiércol de la pocilga y hubieran visto ya cuánta razón llevábamos. No perdemos la cabeza por el gobernar en sí. A lo que aspiramos empero es a una auténtica comunidad nacional alemana, a una verdadera cristiandad, aspiramos al orden y a la disciplina, y aspiramos a realizarlos de una manera tan férrea, que ni nuestros hijos, ni los hijos de nuestros hijos, puedan trastocarlos nunca».
«Estiman que ello es imposible» –dijo Hitler, «y debido a ello toman nuestro programa por mera fraseología, por la misma fraseología con la que ellos, a sabiendas, salen a mercachiflear en plan ambulante. En cambio, no sólo es posible, sino que es incluso de una precisión matemática; aún cuando no pueda realizarse de hoy a mañana. Lo único que hay que hacer es sentar las bases iniciales. Aún no ha habido nunca, en ninguna parte, un auténtico Estado de carácter social. Siempre y por doquier, la capa privilegiada obedeció mucho más al principio de “lo que es tuyo es mío” que al de “lo que es mío es tuyo”. Esos sabelotodo saben que el hecho de que las capas modestas, llevadas de la ira, incurran en el presente en errores semejantes, es culpa suya. El judío saca partido de ambos. Los unos materializaron sus negocios, los otros los organizan. Por ello nos revolvemos contra ambos. Bajo nuestra égida, la autoinmolación hallaría su final, lo mismo que la esclavitud. Esto es una ideología (Weltanschauung) aria, cristiana. En la que un espíritu lógico
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innato, que antaño actuaba de forma inconsciente, y desde la aparición de Cristo de forma manifiesta, nos enraíza».
«Es cierto», contesté, «nuestro frente se opone tanto a la derecha como a la izquierda. Y es así como llegamos al sorprendente extremo de que las dos facciones que se combaten mutuamente entre sí se pongan en guardia contra nosotros. Los rojos aúllan tildándonos de reaccionarios, y para los reaccionarios somos bolcheviques. Por todas partes el judío entona la marcha de ataque contra nosotros. Las capas humildes no alcanzan a verlo, aún no alcanzan a verlo, y en consecuencia, llevados de su ignorancia, nos odian; la capa privilegiada lo ve, pero piensa poder servir a sus objetivos en su propio provecho, y en consecuencia intenta derribarnos por la espalda, movida más por su falta de escrúpulos. Hace falta una buena dosis de fe para no perder el valor en semejante trance».
«Gracias a Dios contamos con ella por quintales», se enderezó Hitler sonriendo. «No hay expresión que tanto nos halla llegado hasta lo profundo del corazón como la de “¡No temáis!”. ¿Y se dice que habría sido formulada por un judío? ¿Por ese vástago de un miedo crónico? Disparatado a más no poder».
«La falsificación puede tocarse con los dedos» –repliqué. «En el Evangelio de S. Juan, Cristo proclama a los samaritanos: “La salvación viene de los judíos”, y en el mismo Evangelio, unos cuantos capítulos después, recuerda a los judíos: “Vosotros no pertenecéis a Dios”, llegando incluso a manifestar en ese punto que lo que él dice no es sino la Verdad de Dios, cosa que sin embargo no había hecho Abraham (72). Está claro que no pertenecer a Dios y tener al Diablo por padre significa en buena medida lo mismo; ¿y de éstos barrios habría de venir la salvación? Hasta un ciego percibe aquí el añadido posterior por obra de cualquiera de los notorios prestidigitadores. El mismo engaño tenemos allí donde Cristo mismo dice que no ha venido para derogar la Ley, sino para consumarla. Vamos, que no va a quitar ni una coma, y así sucesivamente (73). ¡Tonterías! ¡Va infringiendo la Ley programáticamente, con expresa deliberación! Incluso a sus discípulos les aconseja en tal sentido, y bien a menudo. Pasea por la ciudad en sábado con ellos, lo que está prohibido; en la Sinagoga come de los panes ofrendados, de los que sólo los sacerdotes pueden comer, y hace que sus acompañantes también los prueben; demanda de forma manifiesta que se transgredan los reglamentos relativos a los alimentos (74) – ¡si esto es un escrupuloso cumplimiento de la Ley, que venga Dios y lo vea! Nada, puras cabriolas, con el mero objeto de hacernos ver su congénita veneración por la religionzucha judía».
«Acabas de hacer alusión» –dijo Hitler dándome una palmadita en el pecho- «al resorte principal del que se valen los judíos para distraer de la constitutiva infamia de su raza. ¡Un pueblo que ha engendrado al Salvador tiene que ser el pueblo elegido! En tal tarea, los muy tarugos fueron lo bastante estúpidos como para dejar al lado de sus falsificaciones los ejemplos que las contradecían. Si el mundo no hubiera sido tan candoroso, ha-ce mucho que habría logrado entrever las artimañas prestidigitatorias».
«Bueno», dije guiñándole el ojo, «quizá demostraron verdaderamente su sagacidad. Me refiero a que lo hicieron al ser lo bastante sagaces como para no dárselas de sagaces (75). ¡Piensa en Lutero! Los judíos desearían volver equívoco todo lo relativo a ellos, para que no haya nada claro, escribió (76). Su táctica se orienta más bien hacia la confusión. Era indefectible que se desatara la polémica en torno a Cristo. Y prefieren que la creencia general reverencie a
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Cristo el judío. Ellos ya cuentan de sobra con que los teólogos, particularmente los protestantes, les sacarán las castañas del fuego pronunciándose en favor de esa mentirosa leyenda cuantas veces haga falta».
«Una bonita Teología esa», dijo Hitler, «que cuenta a Cristo como miembro de un pueblo cuyos libros religiosos (77) lo difaman de forma ininterrumpida en términos de hijo de una prostituta, de camada de bastardo, de criminal ajusticiado, de carroña de un perro muerto y enterrado y que se frotan las manos de placer con la esperanza de que será juzgado en el infierno sumergido en excremento hirviente. Uno no puede por menos de llevarse las manos a la cabeza ante tal sobreabundancia de perspicacia psicológica. No hay nada de sorprendente en el hecho de que los nuevos estudiantes de Teología de Tubinga, con objeto de honrar a las lumbreras que desempeñan las cátedras, se disfrazasen con toda solemnidad de rabinos y cantasen un puñado de salmos festivos. (78) El periódico liberal Mecklenburguische Zeitung denomina a esto un elevado episodio de la unificación de la Ciencia y la esencia del pueblo. Faltaría más».
«Bienaventurados sean los ingenuos», refunfuñé, «pues ellos recibirán el nombre de idiotas totales».
V
«En todas las épocas» –comenzó a especular Hitler-, «el judío ha albergado el plan de desvirtuar siempre que le ha sido posible cualquier cosa que aporte una significación novedosa. Schopenhauer les ha llamado escoria de la humanidad, bestias, grandes maestros de la mentira –¿y qué es lo que hacen ellos? Crean la “Fundación Schopenhauer”. También la “Fundación Kant” es obra suya, pese a que Kant motejó al pueblo judío, en síntesis, de nación de estafadores (79). Lo mismo con la “Fundación Goethe”. No toleramos judíos entre nosotros, dice Goethe (80). Profesan un credo que les autoriza a practicar la rapiña sobre los demás, formula (81). Y este astuto pueblo sólo contempla un camino franco: mientras las cosas se mantengan en orden no hay esperanza para él, prosigue (82). Proclama de forma categórica: “Me mantengo apartado de todos los que se relacionan con judíos y con sus simpatizantes” (83). La Fundación Goethe de origen judío existe. Y existiría igualmente aunque el pro-pio Goethe hubiera prohibido expresamente un fenómeno semejante calificándolo de infamia».
«Con el mismo derecho», objeté, «podríamos fundar nosotros un Club talmúdico. ¡Menuda desvergüenza sería considerado esto! Inconcebible de todo punto».
«No para los judíos», replicó Hitler. «Para ellos no hay desvergüenza que valga. Para ellos lo único que existen son las ganancias o las pérdidas. Terciar con ellos guiado por otro criterio cualquiera representa que te la den con queso».
«Nuestros augures y adivinos» -repuse, «actúan todos de tal manera. Goethe, Kant, Schopenhauer, se les antojan puros charlatanes de feria».
«¡¿Goethe, para qué?!» –denegó Hitler como haciendo un aspaviento despectivo. «Ni siquiera Sto. Tomás de Aquino hace mella entre esa gente. El gran Padre de la Iglesia escribió en una ocasión (84) que la cosa podría describirse como si los judíos se hubieran colado en la misma nave que los
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cristianos, desempeñando un papel peculiar: mientras los cristianos están ocupados gobernando la nave, los judíos saquean la bodega de las provisiones y provocan una vía de agua en el barco. Y que lo que se debería hacer es sustraer los objetos robados a esa camarilla y encadenarlos a los remos. ¡Vaya crueldad! ¡Qué poco cristiano! ¡Los pobres judíos! ¡De los que tanto se puede aprender! Si nosotros lo tenemos claro, mucho más claro lo tienen que tener aún los doctores Heim y Scheweyer. A cada uno lo suyo. Y el mundo prosigue su marcha, siendo gobernado por la misma sabiduría por la que ya era gobernado en la época del Faraón de José».
«Y justo por gobernantes» –puntualicé- «que, de puro enfrascados en el desempeño de sus funciones, ni siquiera se percatan de que no son ellos, sino muy otros los que gobiernan. El Zar Nicolás, que se confió al mismo autoengaño, consiguió así que le saltaran la tapa de los sesos. Ya allá hacia el año 1840 dejaba caer Disraeli (85) insinuaciones delatoras al respecto: Son judíos los que organizan la diplomacia rusa entre bastidores, afirma como soltando una confidencia. También soltó con su acento de guettho alguna que otra cosa sobre la poderosa revolución que se está urdiendo en Alemania, en especial que se está desarrollando total y absolutamente bajo dirección judía».
«Toda revolución hasta la fecha» –dijo Hitler, «ya pudiera estar inspirada por propósitos benéficos o perniciosos, se ha desarrollado bajo dirección judía. Las revoluciones de índole nociva fueron totalmente obra de los judíos; y ya se las arreglaron para desvirtuar aquellas inspiradas por elevados ideales hasta conducirlas por sus turbios meandros. Tal como reza que hicieron los primeros judíos que se agarraron a las faldas del cristianismo a la velocidad del rayo. Se dirá que es un ejemplo impropio; en cualquier caso, no dejaban de ser judíos. Las palpables falsificaciones presentes en el Nuevo Testamento no permiten albergar dudas al respecto, ¿CVI BONO? ¿A quien aprovechan? Sólo a los judíos. ¡A ver si no! Pablo era aspirante a rabino. En realidad se llamaba Esaúl, Saulus; Maximilian Harden se llamaba Isidor Witkowski; Karl Marx, Mordechai; Ferdinand Lasalle, Lassal*; Trotzky, Bronstein; Bela Kun, Kohn; Zinoviev, Apfelbaum; Lenin, que los propios judíos admiten como uno de los suyos, se llama en concreto Ulianov, aunque aún no se conoce a ciencia cierta su nombre. Los cambios de nombre por parte de los judíos son tan abundantes como la arena del mar. Sólo un cabeza hueca podría poner en tela de juicio que los guía el propósito de engañar».
*En realidad, ese fue un primer momento de su mimetización; originariamente, su apellido era Wolfsohn. Al respecto puede consultarse el hoy inencontrable “Manual de la Cuestión judía” - “Handbuch der Judenfrage- Die Wichtigsten Tatsachen zur Beurteilung des jüdischen Volkes”, zusammengestellt und herausgegeben von Theodor Fritsch; trigésima edición, Hammer-Verlag, Leipzig, 1931, pág. 185; (“Manual de la Cuestión judía-Los hechos más relevantes de cara al enjuiciamiento del pueblo judío”; compendio y edición de T. Fritsch):
“En calidad de fundador del Partido marxista alemán, la Socialdemocracia, entra en escena el judío Ferdinand Wolfsohn (tal como se llamaba por apellido paterno), que luego adoptaría el nombre de Loslauer, y, posteriormente, el de Lassal, y que durante una estancia en París, en un más difícil todavía de la eslasticidad en el camuflaje de su nombre judío, se dio a sí mismo el nombre de Lasalle”.
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«Aquí mismo en Munich, Kurt Eisner» –certifico yo por experiencia propia- «negaba con uñas y dientes llamarse Salomon Kosmaovski. Y sin embargo ése era su verdadero nombre».
«Da que pensar que Esaúl» –prosigue Hitler- «escogiese primero el nombre de resonancias romanas Saulo, para cambiarlo luego por el de Pablo. Y más aún el que en un comienzo persiguiera a la apenas incipiente comunidad cristiana con una saña única en su género. No sé qué pensar, ¿pero no es ya el colmo del milagro que los genocidas se convierta en santos? A decir verdad, el judío Weininger conjetura que el mismo Cristo era originalmente un robaperas (86); pero bien sabe Dios que aunque un judío pueda repetir algo semejante ya sea cien veces, no se sigue necesariamente que ello sea verdad. ¡Creo que podría –sólo podría, claro- haber Consejeros supervisores católicos en el Deutsche Bank (87) que no opinaran igual, y no quisiera pisarles el terreno en lo tocante a los designios de la Providencia!».
«No le comas el terreno a nadie, deja que los notables metan baza primero» –digo yo citando al olvidado poeta Franz Xaver Müller (88)-, «que ellos saben servir mejor que los mindundis como nosotros».
«En un momento como éste en que todo se hunde» –observó Hitler secamente- «no queda ni rastro de un espíritu de renuncia semejante. Resulta lastimosa la ingente magnitud de mangoneos que se verifican aquí de un tiempo a esta parte. Sí, lo que son el sastre y el fabricante de guantes, en tanto desinteresados miembros del mismo gremio, ciertamente que se desviven por favorecer el progreso común; pero no a causa de la mutua estima en que se tienen, sino porque no pueden sobrevivir sin tales conciliábulos –tal como pasa entre los judíos. Hoy en día parece que hombre de una pieza es sólo aquel que confía en sus propias habilidades. Si alguien se atreve a reprocharle al pueblo alemán que no es lo bastante solidario, se piensa que, de fijo, ese alguien sólo puede estar movido por turbios intereses. La experiencia propia de cada cual aconseja el pegajoso método de la sabandija; sólo en casos verdaderamente acuciantes resulta imposible sobreponerse a menos que reine una estrecha unión. Y sin embargo, ¿qué es entonces lo que nos ha sumido en la presente miseria? Qué, sino justo la escasa solidaridad imperante entre montones y montones de nosotros. Esto salta a primera vista. Aquello de lo que adolecemos es de una mayor humanidad. En el momento en que ella impere se materializarán todos nuestros anhelos. Un espíritu comunitario semejante sería irresistible. ¡Paciencia! Algún día lo veremos; tampoco se trata de vender la piel del oso antes de cazarlo».
«Por todas partes» –dije- «la misma cantinela: ¡Que hay que tomar a los judíos como ejemplo! Si supuestamente han llegado tan lejos, ¿a qué se debe pues que ninguno quiera parecerse a ellos? La causa radica en que sus logros son ilusorios, banales; todo el mundo saca esa impresión: Vivir extendiendo la propia peste por el mundo, en un acecho crónico, no pertenecer a uno mismo ni por un instante de reposo, siempre atento a ver dónde hay un nuevo negocio, a si se puede sacar algún provecho de él, buscar la mejor forma de meter baza en tal caso; ¡vamos, ni un perro querría vivir de forma semejante, por todos los demonios! Sobre este extremo, me veo obligado a volver a citar a Lutero: ***********»
«Ni siquiera de forma inconsciente» –hace saber Hitler- «tiene el judío ni el menor atisbo de la evolución inherente al paso del tiempo. El gran maestro
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del cálculo contempla satisfecho, en el presente, los saldos ya compensados en el curso de milenios enteros, contempla todo aquello que, ya desde los tiempos de Abraham, ha logrado a costa nuestra y en desmedro nuestro. Sin embargo, sigue enclavado en la misma actitud espiritual que en aquella época – a despecho de que su conducta exterior parezca otra; Hoy como entonces, sigue sin poder salir de la prisión interior que él mismo se ha forjado, hoy como entonces, sigue dependiendo de un poder ciego, de una chusma del pueblo reclutada desde todas las clases sociales, sin tener jamás ni por un instante la menor seguridad respecto a si su dominio no se le irá de las manos. Hoy como entonces, debe maquinar intriga tras intriga, debe mentir y falsificar para sostenerse arriba. Y lo que ya una vez aconteció en Egipto, la lucha contra sus hordas bolcheviques, sigue desarrollándose aún hoy, en el ínterin no ha habido sino treguas aparentes. ¿El momento en que se decantará la decisión? Queda bien poco: a la cuenta de tres».
«Hitler se acaricia la frente de forma meditativa. Lástima» –reflexioné- «que no se puedan exponer tales extremos en reuniones públicas. Hay muchos que albergan sentimientos semejantes, pero pocos que puedan plantear el asunto con absoluto rigor. Todavía no ha llegado la hora».
«En lo que has referido antes bullen esas homologías entre acontecimientos pasados y presentes» –dije yo- «que hacen las delicias del bueno de Oswald Spengler (90), que piensa que aplicando remiendo a la mayor cantidad de harapos posibles resultará de ello la túnica viviente de la divinidad. Y esa forma que tiene de manejar cosas traídas por los pelos, bajo el lema: “O encajas en el conjunto o quedas suprimida”. Ello constituye una semejante apoteosis del chanchullo intelectual a toda costa, una tal omnipresente vanidad, que acaba sonsacándole a uno los nervios. Considero que es judío. Ya sólo el hecho de la inmensa campaña publicitaria montada en favor de su libro avala esa tesis».
«El pedazo de farsante» –replica Hitler- «consigue llegar a escribir más de 600 páginas sin dedicar ni siquiera una sílaba a la cuestión judía. No hace falta añadir más».
«Lo mismo que Thomas Mann» –dije manifestando mi acuerdo- «en su ladrillo “Consideraciones políticas de un apolítico”. “¿Los judíos? Uf, vaya por Dios, mira por donde, se me había pasado del todo... Total, en definitiva, para el papel que desempeñan... Es que no merece ni la pena”».
«¿Sabes quien procede de forma semejante?» –dijo Hitler de forma escueta- «Pablo, también llamado Saulo, también llamado Esaúl. Aquí y allá algún conato de esfuerzo, alguna palabra ofensiva que otra sobre aquellos que están circuncidados, eso es todo. Ni pío sobre lo más importante, sobre la piadosa falta de escrúpulos de los judíos, sobre su Jehová macerado en la hipocresía, sobre las supersticiones talmúdicas. Si hay alguien al que se le vea el juego, es a él. Sabe como nadie que si hay un pueblo en el mundo necesitado de una auténtica tutela espiritual es el judío. ¡No vayas en pos de los gentiles, ve en pos de las ovejas perdidas de Israel!, ordena también Cristo. Le resbala. Va en pos de los griegos, de los romanos, llevándoles su Cristianismo particular; de tal naturaleza, que hace que el Imperio Romano pique en el anzuelo. ¡Todos los hombres son iguales! ¡Fraternidad! ¡Pacifismo! ¡Basta de privilegios! Y el judío triunfó».
«Tengo siempre en mente» –digo tirando del hilo- «al ínclito Sr. Levine, cuando, en un efusivo rapto extático de orgullo, soltó en el Berliner
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Lokalanzeiger que únicamente un judío sería capaz de conseguir algo semejante a lo conseguido por el supremo desparpajo maniobrero de Pablo al plantarse en medio del Capitolio y esclafarle en ese marco al Imperio Romano unas ideas que acabarían por liquidarlo. Así se expresó el tal Levin, al pie de la letra; aún lo tengo presente como si lo tuviera delante».
«Eso da en el clavo», repuso Hitler. «Puede pasar todavía largo tiempo hasta que el Cristianismo se reponga de S. Pablo. ¡Ah, pero qué temperamento más crédulo tenemos! Un judío asesina a cientos de cristianos; al instante se percata de que el resto reacciona con un fervor redoblado; al punto la famosa luz desciende sobre él; ahora se las da de convertido, adopta la grandiosa pose, y mira lo que resulta: aunque a cada paso se va apartando más y más de los otros apóstoles, escuchamos embelesados sus tronantes sermones. Las sencillas doctrinas del Señor, que en sí están al alcance hasta del intelecto más simple, tienen que sernos explicadas ahora por un hebreo».
«El judío» –repuse yo- «bien podría decir que por qué somos tan lerdos que dejamos que el primero que pasa nos la pegue. Y habrá augures y adivinos que considerarán sus palabras con trémula admiración, en virtud del bestial retorcimiento, o como ellos lo llaman -“espiritualidad”- de su mentor».
«Y si uno se ciñe a lo que son las meras posesiones materiales» –contestó Hitler- tendrían razón. «Cierto Moritz (91) se jactó pomposamente en una ocasión de que los judíos administraban la heredad espiritual del pueblo alemán. Lástima que no dejase aclarada la forma en que la administran. Me temo que, si siguen teniendo por poner un ejemplo a Goethe en el candelero durante un par de décadas más, llegará un buen día en que el pueblo hará el descubrimiento cabal de que era oriundo de Francfurt. Pero aún en un momento así seguirá habiendo hombres que leen a Goethe con los ojos de Goethe, y no con las viscosas anteojeras de los Moritz. Probablemente pocos de ellos se contarán entre los profesores, pero bien podría haber alguno que otro entre los vagabundos. En cualquier caso, esa condición jamás se extinguirá, y el viejo Goethe está bien salvaguardado en su regazo. El Goethe novedoso ya pueden administrarlo los judíos, que nadie se lo va a disputar. Es como para envidiárselo, vaya».
«Pero, ¿y en el caso de que los vagabundos también acabaran volviéndose crédulos oyentes y sucumbieran igualmente al hechizo?» –dije yo como simulando preocupación.
«Es propia de la naturaleza del vagabundo» –dijo Hitler riendo- «el hecho de que su corazón se halle tan rebosante que hasta el dejarse persuadir sirve a sus propósitos; jamás actuará en consecuencia a esa mera persuasión. Los vagabundos intuyen aquello que está vedado a la visión de la inteligencia de los inteligentes; y además lo salvaguardan. Se puede engañar su mente, pero ni siquiera ellos mismos tienen control sobre su alma».
VI
«Y ya ves» -dijo Hitler dando un golpecito en la mesa-, «es a ellos a los únicos que hay que agradecer el que los judíos no hayan conseguido administrar nuestra herencia cristiana sino en la misma medida en que puedan administrar el resto de nuestra herencia cultural. ¿Dónde se hallan? ¿Dónde se
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hallaban? Entre los altos y entre los humildes, entre los reyes y entre los soldados, entre los papas y entre los frailes mendicantes, entre los instruidos y entre los legos, en todas partes. Pero no entre aquellos cuya única virtud es la riqueza, no entre los que sólo poseen inteligencia calculadora, no entre los avariciosos y los insaciables, no entre la chusma del pueblo. Entre éstos, el judío se encuentra a sus anchas. Éste sí que administra verdaderamente toda heredad espiritual que pueda haber aquí; es su auténtico propietario. Así como todo se convertía en oro al contacto con el rey Midas, toda palabra noble se convierte en filfa en manos del judío. Pero para los otros, para los...»
«... Vagabundos del alma... » –completé.
«...cada cosa se mantiene en su ser» –asintió Hitler-. «Ha habido papas de sangre judía (92). Nunca han faltado dignatarios eclesiásticos, en todos los grados de la jerarquía, de tal estirpe. ¿Era el catolicismo aquello que representaban? No, era el judaísmo. Tomemos un solo caso: el tráfico de indulgencias –espíritu judío de pura cepa viviente y actuante. Ambos somos católicos: ¿significa ello que en consecuencia no deberíamos decir tales cosas? ¿De verdad querría hacérsenos creer que jamás se habría dado nada reprochable en la Iglesia? Decimos tales cosas precisamente porque somos católicos. Ello no tiene nada que ver con el catolicismo. Sabemos que el catolicismo habría permanecido incólume aunque la mitad de la jerarquía hubiera consistido en judíos. Siempre hubo un reducto de miembros sinceros que lo volvieron a restituir en su ser. A menudo hubieron de hacerlo desde su secreto aislamiento, en ocasiones incluso enfrentándose al mismo Papa. Ya fueron muchos o pocos, según las épocas –dependiendo de cual fuese el espíritu predominante en la cumbre. En general se puede decir que los papas de ascendencia germánica encarnaron el catolicismo de una forma más purificada que los que procedían de Italia o España. Así, se vio fortalecido por un alemán, Hildebrand, convertido en el Papa Gregorio VII, con tenacidad sin par. Mientras estuvo en la brecha, paralizó la corruptora nivelación judía».
«Que ese inconmensurable Papa» –dije yo- «tuviese que morir en el destierro, acaso tenga que ver precisamente con ello. Tenga que hacer lo que tenga, el judío acaba encontrado invariablemente una vía tortuosa para vengarse».
«Sin el menor resquicio de duda» –fue la respuesta de Hitler. «El alfa y omega de nuestros historiadores debería ser la empresa de rastrear sus huellas. En lugar de ello, se dedican a investigar los excrementos del pasado. Carlos el Grande defendió a los judíos a capa y espada. Tengo la impresión de que la ejecución de 12.000 sajones –de la mejor sangre germánica- en Verden ordenada por él no debe dejar de guardar relación con sus consejeros judíos. La ostensible locura de las Cruzadas desangró al pueblo alemán con 6 millones de hombres. Por fín, Federico II Hohenstaufen logró asegurar la Tierra Santa de la Cristiandad únicamente por medio de negociaciones, sin cruce de espadas. ¿Qué hace la Curia? Lanza un anatema fulminante contra el aborrecido, no reconoció su tratado con el Sultán, anulando su gran éxito. Es como si los que tiraban de los hilos estuviesen interesados menos en el objetivo declarado en sí que en el desangramiento que acarreaba. Por último aún hubo de llegar la Cruzada de los niños. Decenas y decenas de miles de niños en camino para enfrentarse a la armada turca victoriosa, y todos diezmados. Por más que quiera no me entra en la cabeza que la ocurrencia de una mamarrachada semejante pueda haber procedido de una mente gentil.
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Continuamente se me sugiere al respecto la imagen de la matanza de los recién nacidos en Belén; así como la masacre de los primogénitos egipcios. Daría cualquier cosa por ver una fotografía de los que predicaban en pro de las Cruzadas y sus ocultos inspiradores. Giordano Bruno (93) llamó a los judíos raza tan pestilencial, leprosa y colectivamente peligrosa, que merecería ser exterminada aún antes de nacer. Este genial pensador fue quemado vivo. ¿A causa de sus heréticas doctrinas? En aquel entonces, los enemigos de la Iglesia en la propia Italia eran legión; pero se trinca al más ecuánime de ellos».
«¿Y qué es lo que sucede ahora? –le interrumpí. «En Rusia está siendo martirizado un sacerdote católico tras otro a manos de las bestias judías; ya han sido liquidados varios cientos; la Iglesia está dando los últimos estertores; han sido erigidos monumentos en honor de Satán y Judas; la Iglesia no acaba de decidirse a llamar a las cosas por su nombre. En ocasiones ha habido pequeños destellos –que se han apagado al instante. El Catolicismo quiere hablar, pero el judaísmo le traba la lengua. Estás al tanto de lo que ha dicho un Trebitsch (94): Si se consigue la bolchevización de Alemania, acabar con Roma será para los judíos un juego de niños. En su condición de judío ya debe hablar con conocimiento de causa».
«Roma» –replicó Hitler- «recobrará el ánimo; pero sólo cuando lo hayamos recobrado nosotros primero. Lo único que puede abrirle los ojos al mundo es la radicalidad alemana. Aparecerá un segundo Papa Hildebrand [Gregorio VII], de mayor calado aún, para separar la paja del trigo. Y llegará el día en el que se dirá que ha cesado el desgarramiento de la Iglesia».
«¡Porque se habrá logrado dar con aquellos que son culpables de él!» –dije yo- «¡Porque se habrá expulsado al judío agazapado en la oscuridad y a sus crías del conjunto de la cristiandad! No sólo a los egipcios, también a los cristianos los ha azuzado el uno contra el otro, de tal manera que “se revolverá hermano contra hermano, prójimo contra prójimo, etc”, y sigue haciéndolo hoy día: desde fuera, primero como trampero, luego como periodista sin escrúpulos; y desde dentro -y esto ha sido lo más peligroso-, bajo la máscara de sacerdote cristiano. Las confesiones cristianas bullen de clérigos judíos y medio judíos, la confesión evangélica aún más que la católica. Tan seguros de su triunfo se hallan en el culto evangélico que en Dresde el Pastor Wallfisch (95) anunció públicamente con el mayor descaro: “Soy judío y sigo siéndolo; sólo después de haber entrado en contacto con el credo cristiano me he convertido en un auténtico israelita”. Y en Hamburgo el Pastor Schweib (96): “Me considero un judío integral y siempre me he considerado así”. Allí donde es posible una cosa así, ya puede darse por enterrado el Cristianismo».
«No puedo dejar de reir» –dijo Hitler- «cada vez que pienso en el retrato del predicador Paul Cassel que venía en un tomo de lujo dedicado al protestantismo. ¡Vaya un careto judío aliñado de santurronería, un achacoso corredor de bolsa de pelo ensortijado en sotana, y en plena faena de convertir judíos! Se ve perfectamente cómo en la Catedral el seboso talmudista, contoneante y obsequioso, arrastra hasta la pila bautismal a una larga procesión de banqueros de piernas retorcidas; ¡Hossana en el cielo! ¡El paraíso les está destinado! Al momento el cabildo se ha vuelto más suntuoso. Israel es el enigma de la Historia Universal. Bueno, está bien, pero eso será sólo para aquellos a los que no haya esquilmado todavía. En otro tiempo pueblo de los patriarcas y los profetas. ¿En otro tiempo? ¡Anda ya! Durante los próximos mil años seguirá siendo el pueblo de los chorizarcas y de los profetas del
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mangoneo. Por dos veces el patriarca de la tribu Abraham vende a un harén a su mujer Sara, haciéndola pasar por su hermana; y por dos veces le sale redondo el negocio, gracias a la ayuda de Jehová. En cuanto a los profetas, aúllan venganza igual que las bestias salvajes en la jaula. Sus profecías se han ido al cuerno de forma notoria hasta la última letra. Lo único que nos queda ahora son los salmistas. Que también resultan una bonita lectura, si uno se toma la molestia de mirar detrás de sus edulcoradas expresiones. Esto es todo lo que hay que agradecerle a nuestros protestantes. El protestante Schopenhauer les llama personas íntegras, si bien de chato sectarismo (98). Y la Biblia no es ningún libro de cocina (para andar trajinando en ella)».
«El espíritu de Lutero» –repliqué yo-«parece haber quedado totalmente en suspenso entre ellos. En la cuestión suprema, la cuestión judía, lo cubren de un silencio mortal o buscan atenuarlo. Hasta los propios mejor pensados de entre sus teólogos, tal como el profesor Walter (99), llaman a la posición de Lutero respecto de los judíos “tan chocante que no sólo debió provocar el asombro estupefacto de los cristianos, sino una gran indignación de los judíos”. A aquellos cristianos que se quedaron estupefactos de asombro no tendría por qué haberles sucedido así si no se hubieran dejado pasmar previamente por los judíos; y la gran indignación de los hebreos a nosotros no nos preocupa ni un ápice. ¿Dónde se hace notar esa indignación, a todo esto? Hasta la fecha Israel no ha dicho ni pío al respecto. No en vano, en su calidad de adversario de Roma, le ponen por las nubes. Lutero, carísimo varón, comienza Heinrich Heine (100) un himno encomiástico en toda regla dedicado al reformador».
«Él sabe bien la causa» –dijo Hitler con sorna. «Todos los judíos saben por qué celebran a Lutero, sin reparar en el menor indicio de su antisemitismo. ¡Sin haberlo querido, les prestó grandes servicios, y de qué manera! Cuanto más exaltan su autoridad, menos se percata el mundo de ese error que cometió. Si, les resulta amargo que luego renegara de ellos como si se tratase de la peste. ¿Pero, a fin de cuentas, quién repara en ello?».
«El judío Goldmann» –intercalé en la conversación- «lo expresó de forma rotunda: “Lutero ha hecho que el Antiguo Testamento vuelva a ser objeto de reverencia” (101).
«En lugar de objeto de irreverencia» –fue la respuesta de Hitler. «Desde mi punto de vista, su traducción ya habrá podido ser beneficiosa para el idioma, pero ha perjudicado a base de bien la facultad de juicio alemana. ¡Por el Dios de los Cielos, vaya un manto de gloria que cubre ahora a la Biblia de Satán! La poesía de Lutero centellea de tal manera que hasta el incesto de la hija de Lot recibe un resplandor religioso. El mandamiento de Jehová de ser fértiles y multiplicarse era tan imperativo que hasta estas dos doncellas tuvieron que plegarse a él a toda costa. Cada uno tiene que contribuir en la medida en que pueda».
«Schopenhauer (102) se expresa de forma parecida« –ratifiqué yo. «Opinaba que quien quisiera entender de verdad el Antiguo Testamento debería leerlo en su traducción griega; en la que tiene un tono completamente distinto, un color completamente distinto, “¡que no tiene ni el menor atisbo de cristiano!”. Tomada en contraste con ese tono, la traducción de Lutero tiene una apariencia “piadosa”, y además a menudo resulta “incorrecta, a veces hasta de forma bien deliberada, revistiendo un tono absolutamente clerical, devoto”. Lutero se ha permitido ciertas enmiendas “que bien podrían ser denominadas falsificaciones”, y continúa por el estilo».
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«No fue Lutero» –dijo Hitler levantando el índice. «Son los rabinos que le ayudaron todo el tiempo en su traducción los que han hecho esas enmiendas y falsificaciones. El hebreo pretende ser un idioma culto. La lengua judía es una lengua dificultosa (103). Uno se piensa que la palabra “rea” significaría “hermano de sangre”. Pero entonces viene el rabino y dice que significa “prójimo”. Y así se traduce “Ama a tu prójimo como a ti mismo”, en lugar de como sería de forma correcta: “Ama a tu hermano racial como a ti mismo” (104). Toda una pequeña obra de arte, que daba a entender ostentosamente al amor a la humanidad que profesan los judíos».
«También Lutero cayó con todo el equipo en la trampa del Pueblo elegido» –repliqué yo. «Y de esta manera habría de convertir el Antiguo Testamento, mal que bien, en doctrina revelada. Abandonando su solar espiritual, en medio de su ofuscación, para establecer sintonía con el libro. En la total sugestión de que por fuerza no podía contener más que exquisitas joyas. Paso a paso va tropezando con las vilezas que contiene y las va señalando. Las contempla perplejo; totalmente desamparado. ¡Esto no puede ser! ¡Hay que interpretarlo en otro sentido! Y como debe ser, comienza a leer entre líneas cosas que para nada figuran ahí explícitamente. Ve alusiones al Redentor por todas partes. Un Redentor que como tal a los judíos no se les pasa por la cabeza ni en sueños. Su Mesías no es un “rabito de cordero” –tal como Heine dice en escarnio de Cristo, ni un denigrador de la existencia terrena; por el contrario, su Mesías es un brutal tirano, que conquista para los judíos hasta el último rincón de la tierra; es el Príncipe de este mundo. Lo que dice ahí constantemente es: “La riqueza de las naciones comeréis y en su gloria les sucederéis”, o: “Pídeme, y te daré en herencia las naciones, en propiedad los confines de la tierra”. De paso, para ponernos en situación, sepamos que lo primero procede de un profeta inspirado por Dios, y lo segundo de un Salmo de elevados sentimientos (106). Lutero, con la mayor credulidad, lo verá todo pintado de rosa. Lo que le resulta tanto más fácil cuando, en medio de tan tremendo berenjenal, llega a puntos como el de “no hallarás existencia permanente entre las naciones, y las plantas de tus pies no conocerán el reposo”, o “constituirás una abominación en el seno de las naciones”. Lo embarga la compasión; pondera para sus adentros que los judíos han sido infieles a las doctrinas de Dios, pero que volverán al redil. No alcanza a ver que el único propósito que tienen esos ocasionales sermones reprobatorios es el de que se atengan férreamente a su modo de ser. Muchos pasajes que en apariencia contienen las más elevadas prédicas tienen en realidad otro propósito –el de cubrirse las espaldas. Con posterioridad, Lutero llegará a percatarse de ello, pero sólo en los hebreos en persona, no así en su Biblia -“los judíos desearían volver ambiguo e incierto todo lo concerniente a ellos”. Esa es la clave. Si uno pretende señalarles bien clarito un párrafo rastrero, ellos se remitirán indignados a otro que rezuma exquisita ternura. Heinrich Heine escribe un poema que denigra de la forma más abyecta a Alemania, y cinco minutos después glorifica a la “querida patria” hasta ponerla por las nubes. ¿Cosa del estado de ánimo? ¡Venga ya, por Dios! Hay ocasiones en que una puta vieja siente la necesidad anímica de cantar el Ave María; y más a menudo todavía, una persona fundamentalmente honrada se siente impelida a robar. ¡Dejémonos de tonterías! Cuando el zorro judío dispone sus tuberías torcidas y derechas, lo hace con toda premeditación. Sólo puede cazársele una vez que uno las ha taponado todas. Fritsch (107) aún les deja escapatoria
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trazando un plano según el cual entre los antiguos israelitas y los judíos existía una diferencia. Echando mano de las tuberías derechas se saca de la manga una antigua y modélica edificación» .
«Y llegado el momento» –rió Hitler, «el judío abandonará el chiringuito, dejando atrás su condición de israelita.***** El judío sólo se entrega al bien en la medida en que ello pueda redundar en mal de forma inadvertida. A ello estuvo consagrada la duración de sus días, y a ello seguirá consagrada la duración de sus días en lo venidero».
«Esa ambigüedad» –completé yo- «la encuentras hasta en Spinoza (108). Apenas se puede imaginar una imagen del mundo más licenciosa; y una Ética que espantaría hasta a una marrana vieja. La quintaesencia de su moral es “buscar en todas las cosas lo provechoso”. El genuino punto de vista judío. Este supuesto superador del judaísmo -es Otto Hauser (109) el que le otorga esa denominación- jamás se ha expresado de forma significativa sobre el judaísmo. Sólo que, de alguien que declara que la filosofía es un mero “juego del pensamiento”, que no sirve más que para solaz de los filósofos, de ese alguien, puede uno por lo menos estar avisado de en qué inmensa medida no habrá aplicado ese principio».
«De la misma manera que Kaspar Hauser (110) no era ningún príncipe» -dijo Hitler haciendo gestos de negación-, «sino un astuto palurdo, el prototipo de timador engañabobos. Nota bene, hubiera sido un milagro que los judíos no lo elevasen a la condición de héroe de novela (111). Cuanto más cochambroso es el sujeto, mucho mejor».
«Cuando la cosa les urge» -repliqué yo-, «sencillamente trastocan lo puro e íntegro en cochambrosa putrefacción. Recuerdo haber leído en un libro judío hasta el más mínimo detalle acerca de la sífilis heredada de Goethe; y en otro dedicado a Richard Wagner prolijamente tratadas sus inclinaciones pederastas. Por otro lado es lógico: dado el interés existente en hacerlos pasar por judíos de pura cepa, hay que aportar continuamente pruebas al respecto».
«¿Le llegarán a encasquetar también la permanente judía a Lutero?» –opinó Hitler. «Difícilmente. Pues les ha arrimado el ascua a su sardina a base de bien. Huelga decir que en la misma medida no les conviene tirar de la manta para dejar al descubierto el gato encerrado que hay en él».
«¿Sabes cuál es?» –Pregunté.
«Sí que lo sé» -asintió Hitler seriamente con un gesto. «La más terrible de las tragedias. La causa desconocida del derrumbamiento alemán; una culpa, en la que incurrió con la mayor de las inocencias, de repercusiones tan catastróficas, que en el presente la totalidad de la cultura amenaza con irse a pique. Lutero, el tremendo adversario del judaísmo, inconscientemente su funesto precursor. Inconcebible; reitero que algo inconcebible. ¡Por unos miserables diez o veinte años, lo que tardó en divisar al auténtico Judas, cosa que no ocurrió hasta poco antes de su muerte (112), cuando la suerte ya estaba echada! ¡Hasta ese momento, dedicado en cuerpo y alma a los traidores! Durante todo ese tiempo, los hebreos son para él “primos y hermanos de nuestro Señor”, pero nosotros, los cristianos, únicamente “hermanos políticos y extranjeros”. Imploraba hasta la exasperación al populacho que pusiera el mayor esmero en frecuentar el trato de los judíos. ¡Para él son ensalzados por encima de los apóstoles! El beato Erzberger no podría haberlo llevado a cabo de forma más primorosa».
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«Sólo que» –le interrumpí- «ni durante un solo instante podría haberlo hecho de forma tan cándida. Si Lutero hubiera sido un coetáneo de Erzberger, no hubiera tenido necesidad previa de aclararse ******respecto del propósito del dinero negro judío para llegar a ver claro en lo tocante al judaísmo. Ya siendo estudiante se hubiera lanzado de lleno asimismo en la lucha contra los engendros del demonio».
«Por Dios» –dijo Hitler retomando el asunto sin más-, «no se le puede hacer el menor reproche, los cuatrocientos años transcurridos son un buen espacio de tiempo. Pero no se debe olvidar una cosa: en aquella época el instinto popular estaba más alerta que en el presente. La desconfianza contra los judíos abarcaba a todos los estratos. La sostenida predilección de Lutero -un hombre del pueblo, de origen humilde- por los judíos, no dice nada bueno de él (no habla en su favor); si bien hay que tomar en cuenta que sus años de clausura le provocarían una cierta impericia en los asuntos mundanos. Parece que en aquel momento se volvió a cumplir en su caso lo que ocurre en todas ocasiones: que el exceso de estudio quema la vista».
«A pesar de ello, Lutero fue un gran hombre, un gigante. De una sacudida, deshizo la penumbra; vio al judío como nosotros sólo ahora comenzamos a verlo. Si bien por desgracia demasiado tarde, y cuando lo hizo, tampoco allí donde provoca los efectos más dañinos: en el Cristianismo. ¡Dios, si lo hubiera visto ahí, si lo hubiera visto ahí en su juventud! ¡No hubiera atacado al Catolicismo, sino al judío infiltrado! En lugar de reprobar de plano a la Iglesia, hubiera dejado caer toda su apasionada cólera sobre los auténticos “oscurantistas”. En lugar de glorificar el Antiguo Testamento, lo hubiera estigmatizado en calidad de arsenal del Anticristo. Y el judío, el judío hubiera quedado ahí, en toda su abominable desnudez, para eterna advertencia. Hubiera tenido que salir de la Iglesia, de la sociedad, de los salones de los príncipes, de las fortalezas de los caballeros, de las casas de los vecinos. Pues Lutero tenía la fuerza, y el valor, y la arrebatadora voluntad; nunca se hubiera producido el cisma de la Iglesia, ni la guerra que por designio de los hebreos hizo fluir la sangre aria en manantiales durante treinta años».
«¡Y tampoco» –continué la interrupción- «se hubiese llegado al presente hecho de que un representante de la dictadura judaica de Rusia, manchada de sangre, le de un complaciente apretón de manos a un alto dignatario católico (113) !»
«¡Esto daría para escribir tomos, cronicones enteros!» –exclamó Hitler. «A quien no alcance a ver ya con esto, no hay quien le abra los ojos ya en toda la vida. ¿Que Roma debería andarse con diplomacias? ¡Anda y que os den morcilla! “Sea vuestro lenguaje: ‘Sí, sí’; ‘no, no’: Que lo que pasa de aquí viene del Maligno” (N. del T.: Evangelio San Mateo, 5, 38). ¡Fuera con el diálogo, como hizo Gregorio VII, como los Padres de la Iglesia Crisóstomo (114) y Tomás de Aquino, tal como sostuvieron todos los auténticos cristianos de gran calibre! ¿Que Roma debería contemporizar, repartir equitativamente la culpa? ¿Si empezara así, seguiría sabiendo siquiera al final ni donde se halla encovada ésta? ¡Cualquier Jacob de tres al cuarto que cojas de los del circo ambulante de Auer * sí que lo sabe! ¡Vaya si lo sabe!»
* (N. del T.: Se refiere al entonces presidente de la Socialdemocracia alemana Erhardt Auer)
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«Exactamente lo mismo ahora que en tiempos de Lutero» –dije yo. «En aquella época el tráfico judío de influencias, en el presente la política judía. Si uno quiere hacerle frente, rápidamente se le imputa que quiere apartarse de Cristo para echarse en brazos de Wotan o vaya usted a saber de quien. Cabezas de chorlito incapaces de evadirse de su propio desnortamiento ya pueden asirse a semejante tabla de salvación, que no consentiremos un absurdo semejante entre nosotros. En Cristo, la Encarnación suprema de lo humano, encontramos todo lo que necesitamos; y cada vez que hablamos ocasionalmente del dios Baldur, resuena siempre un acento de alegría, procedente de la satisfacción que da el ver que nuestros ancestros paganos ya eran lo bastante cristianos como para presentir a Cristo de esa forma figurada. También tenían ya (ha habido antes)*****a un Judas, a un Loki. ¿Qué nombre recibe hoy? El de Logia. Habla en francés, y el hermano de la Logia es objeto de revelación».
«¡El humanista!» –golpeó Hitler con el puño cerrado sobre la mesa. «El hombre de la tolerancia, de la Libertad, Igualdad, Fraternidad ! ¡El flautista de Hamelin! El judío en su condición de francmasón, que instruye solícito al mundo sobre la forma de construir castillos en el aire! No hay mejor bocado para él que el erudito, el sabelotodo, el arribista. Desde que hay lógicos dialécticos, se arremolinan en manadas bajo el Amo de la lógica. Ya Ulrich von Hutten (115) se contaba entre ellos. ¡He dado el paso!, gesticula de forma grandilocuente, de acá para allá.
« Lo que queda por preguntar» –le interrumpí riendo- «es qué paso es ese que ha dado. Me parece que el de “ser un necio por propia iniciativa”, como dijo Goethe. Y así pues, en lugar de pillar a los auténticos oscurantistas, pilló igualmente a los falsos. Para saber de qué pie cojea basta con leer el poema en que felicita con rimbombante entusiasmo al príncipe elector Alberto (116) por la atroz tortura y quema del judío renegado Pfepfferkorn (117). No hace al caso saber por qué motivo había puesto al descubierto Pfefferkorn el odio anticristiano presente en ciertos textos religiosos judíos, si por ansias personales de venganza, o si, lo que parece más probable, porque en él la maldad judía se había dejado llevar ya del todo por el ansia de aniquilación, por una ilimitada tentativa de destrucción. Lo que sí que pasó es que le dio a los judíos en su punto más sensible; y lo que sí que pasó es que a causa de ello el humanista Hutten cayó sobre él por la espalda al instante. Lo que resulta clarividente es que el Príncipe elector Alberto rechazaba el humanismo, cuando menos por lo que se desprende del trato humano que le dio al tal Pfefferkorn. Mayor motivo aún para que la gran lumbrera Reuchlin (118) tampoco dejara escapar la ocasión. Este “mejor conocedor de los hebreos en Alemania” fue el que, en los susodichos textos religiosos judíos, poniendo todo su empeño, fue incapaz de descubrir el menor indicio de envergadura de odio contra el cristianismo, dictaminando tan campante en ese sentido. “Con la minuciosa escrupulosidad del auténtico docto”, recalca con la misma pachorra el lujoso tomo “En la Aurora de la Reforma” (119). Lo escrupulosos que eran los humanistas lo delata el propio libro en alguna otra parte, aquella en la que trata de su máximo héroe, Erasmo (120). No perdía ocasión de lisonjear rastreramente para sacar oro y presentes. ¡O SANCTA HUMANITAS!»
«¡Y semejante compañía» –tronó Hitler- «es la que estaba tras del incauto de Lutero como elemento impulsor! Pues esto es lo que era Lutero en la época en que inició el combate. ¡Cómo se enfrascaba de lleno ya en su
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mocedad en toda clase de sugestiones peregrinas! El susto provocado por un relámpago lo condujo a la vida de clausura. Mas que inocentón, provoca allí a menudo la despiadada rechifla del resto de monjes a cuenta del inaudito celo con que se aplica a la salvación de su alma. Hete aquí que marcha a Roma, y comienzan a despertarse en él las primeras sospechas. La opulencia local de la vida de clausura, el enfebrecido ajetreo de las dagas y otros indicios de mundanización de la misma calaña le dejan perplejo. Siendo profesor de Teología en Wittenberg se topa con el Humanismo. El gañán de espíritu tolerante se transforma en el acto en el carácter firme. Reuchlin, la lumbrera de la investigación hebraica, entra en su radio de acción y le guía hacia Pablo, llamado Saulo, llamado Esaúl. En un abrir y cerrar de ojos le ponen por delante las Epistolae obscurorum virorum contra los dominicos de Colonia, los mayores enemigos de los judíos. La chatura de su tono –pues sólo resultan ingeniosas a primera vista- no le complace. Pero queda mucho de ellas en él. ******Entre sus manos asiste tanto a la tergiversación de la esencia misma de la vida monacal como a la de la figura del judío, convertido en un inocente angelito».
«La cosa no varía ni un pelo» –aduje- «en las Cartas del diputado regional Filser de Ludwig Thoma (121), el Hutten nº 2 -obra ampulosa hasta más no poder, el colmo de la memez, pero que a los judíos les gustó, porque arremetía contra los Papas y soliviantaba lo mismo también al campesinado. La prensa kosher se dejó los dedos desollados en el papel de tanta alabanza; y así gustó incluso a aquellos que siguiendo su específico criterio deberían haberse enfadado de lo lindo. El papa y el campesino quedaban como el mayor dechado imaginable de alelados bribones; pero aquel por el que todo había sobrevenido, el judío, se escapó una vez más de rositas. Lo mismo que pasa siempre en Thoma. Me resbala al respecto el que poco antes de su muerte colocase de forma anónima en el periódico Miesbacher Anzeiger unas cuantas pinceladas antisemitas. Esa no es la forma alemana de manejarse. Además su heredera era una merchachifle de guetto de pura cepa. Con lo que se completa el cuadro».
«Cuando uno tiene ciertas responsabilidades en la vida» –replicó Hitler-, «como es el caso de Thoma, tiene que ser consciente de la presencia judía, o de lo contrario no es más que un botarate. Ya saben sus seguidores la elección que tienen. También Hutten, los humanistas en general, eran gente de mundo; Lutero, no. Lutero contempló a los judíos durante mucho tiempo bajo un trasluz muy indulgente; el pueblo de Dios. ¡Venga con ello! Los humanistas hicieron suyo este sentir. ¡Menuda deshonra representaba para los monjes el haber menospreciado las escrituras sagradas de Israel! El tráfico de indulgencias fue la gota que colmó el vaso. Comenzó a rodar la bola de nieve. En contra de la voluntad de Lutero, ostensiblemente. Él mismo escribe que fue obligado a pasar a la acción, “en el trascurso de duras polémicas, por numerosos amigos y desconocidos”. ¡La que no se debió haber liado en torno suyo! ¡A la sombra de los judíos! Esa oscura figura se confundía también tras la sombra de los emisarios romanos. Fracasaron todos los intentos de entendimiento. El inmenso estropicio estaba hecho».
«Y Alemania pagó la consumición» -dije yo. «Goethe, aún siendo protestante, lo sintió así. De forma desdeñosa expresa:
“En estos días de extravío, las doctrinas francesas, como otrora las doctrinas luteranas, hacen retroceder la armoniosa formación del espíritu”.
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«También el pueblo entre el que aconteció la Reforma sintió lo que se dice toda una generalizada veneración por los audaces luchadores contra el fraude judío engalanado de cristianismo, que le conducían al mismo puerto. Reuchlin no fue el único de los humanistas al que se acusó de haber sido sobornado por los judíos; y la reputación de Hutten fue yendo cuesta abajo imparablemente. Al final incluso el propio hermano de logia Erasmo le dio la patada; pero no a causa de que viera amenazada “la armoniosa formación del espíritu” a raíz de los daños ocasionados, sino porque entre aquellos que entienden de andar masoneando al aire libre* no es rara la necesidad de echar a alguno como carnaza a las fieras cuando la cosa se pone realmente fea.
* (N. del T.: Juego de palabras intraducible; en un punto anterior de la discusión (vid. pág. 26, párrafo ‘....’, Hitler ha utilizado la expresión “¡El judío en su condición de francmasón, que instruye solícito al mundo sobre la forma de construir castillos en el aire!”; la expresión alemana es ‘wie man in der freien Luft mauern kann’, literalmente ‘cómo se puede construir en el aire’, o incluso ‘al aire libre’; es sabido que el origen de la masonería se halla en el gremio de constructores y albañiles. Este origen sigue siendo reconocible en idiomas como el francés y el alemán: p. ej, ‘Freimaurer’: francmasón, y ‘mauern’: construir –el español, al haber tomado al parecer la expresión francmasonería del francés, no logra registrar esa coincidencia entre la palabra ‘francmasonería’ y el verbo ‘construir’. Por esa regla de tres, la expresión utilizada por Eckart, que significa ‘construir en el aire’, puede significar igualmente, dado el contexto, ‘masonear al aire libre’, esto es, dadas las consabidas connotaciones intrigantes y de manejos ocultos propias de la masonería, puede tener también el sentido de que en este caso se la jugaron realizando dichos manejos a la vista de todo el mundo, con lo que salieron malparados.
«La expresión de Goethe relativa a las doctrinas luteranas» –tronó Hitler- «no es del todo exacta. Mejor hubiera sido “la fraseología luterana”. El luteranismo, la doctrina luterana, no se desarrolló sino en una fase muy ulterior, pocos años antes de la muerte de su alemanísimo promotor, justo en el momento en que reconoció al judío. Más que hacer retroceder el armonioso adiestramiento del espíritu, lo que había hecho, por el contrario, es dejar vía libre a los judíos. Pero en el ínterin quedó consagrada la fraseología luterana, y ahí ha quedado consolidada hasta nuestros días. Por sus frutos debería conocérsela. Los más jugosos de esos frutos son los puritanos, los anabaptistas, los testigos de Jehová (122). En cada uno de ellos anida el gusano judío. Hay que repetirlo: ¡la fraseología luterana! No es ninguna casualidad el que hoy en día su propia patria natal, Sajonia, muestre tanta inclinación hacia la judaica estrella soviética.
«Consulté rápidamente ante él la obra “En la Aurora de la Reforma”, un libro que en principio se supone que tiene el propósito de enaltecer al protestantismo, y que dejaba dicho, en las líneas finales del capítulo dedicado al Dr. Martín Lutero -(cito):
“Un lapso de cerca de cuatro siglos no puede transcurrir sencillamente sin dejar huellas, el presente no puede referirse sin más ni más a Lutero; el presente se
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ha vuelto más abierto al mundo, de una mayor cultura, más universalista”, y continúa por el estilo.»
Hitler arrojó al lado despectivamente el lujoso tomo ilustrado; «no» -dijo, «esa gente no puede referirse a Lutero “sin más ni más” ni de ninguna de las maneras. El mundo se ha vuelto para ellos tan abierto, tan penetrado de cultura, tan universal, que una unívoca alemanidad se les ha convertido en un obstáculo en el camino. Con sus escritos contra los judíos, Lutero les hizo polvo a base de bien el estómago. Les vale como mascarón de proa para casos de necesidad, pero cuando transcurre ese instante –“¡hasta luego, Lucas!”. El reverendo Cachalotez se ha engullido enterito al hermano Martín, y el reverendo Golondrinez gorjea las correspondientes bendiciones».
VII
«Así que en todos los campos» –dije inclinando la cabeza en señal de aprobación-, «más o menos agazapado en la oscuridad, más o menos poderoso, se encuentra el Mefistófeles. También en torno a Zwinglio (123), como su mejor amigo, se mueve un León Judío. Es posible que en este caso engañe el nombre; el curso evolutivo del movimiento le rendirá honores. Suiza la libre sigue hoy día sin percatarse de lo poco libre que es. El noble Loyola (124) se revuelve contra el espíritu que considera como luterano, en esencia es el judío de origen polaco Polanco el que le inmiscuye en ello, con lo que los judíos llevan las riendas en la mano. La teología moral de los jesuitas guarda una endemoniada similitud con la honorable moralidad del Talmud. Tanto en un extremo como en otro ríen los que tiran de los hilos; pues tanto en un extremo como en el otro son del mismo arte y condición. Tal como marchan las cosas, ello supone el continuo silbato final para cualquier ataque. Resulta evidente por sí mismo que de esta manera a la judería no se le toca ni un pelo. El mismo cuadro entre las mayorías socialistas, los independientes, los comunistas, los sindicalistas, los bolcheviques. El mismo cuadro entre las naciones. Hay que decir que es una perspectiva de lo más halagüeña».
«Y revolveré a egipcios contra egipcios, peleará cada cual con su hermano, y cada uno con su compañero» –bramó Hitler. «¡Vaya odio, vaya odio tan diabólico! ¿Es siquiera humano? ¿O qué será si no?».
«Esto, querido amigo» –dije en tono de burla- «es la “genialidad del corazón”, mediante la cual, según el judío Fritz Kalin, Israel se ha convertido en “la madre ética de la humanidad”. Estos tipejos son verdaderamente encantadores en su desfachatez. Moisés es para él “un acontecimiento prácticamente único” en la historia de las civilizaciones: “un héroe nacional sin armas”; mientras que en torno a “los broncíneos héroes de nuestras plazas”, a saber, en torno a nuestras estatuas del Príncipe Eugenio, de Blücher, y así sucesivamente, “resuenan en las noches de tormenta los gemidos de dolor de las viudas”. ¿Pues entonces qué es lo que utilizó de hecho Moisés cuando masacró a los primogénitos de Egipto? ¿Pastitas de miel? ¿O es que en definitiva fueron aplastados de puro amor? Por lo visto la chusma del pueblo no habría consistido más que en un montón de hermanitas de la caridad. Sin
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embargo, así es como se las gastan todos estos pimpollos. Primero no se dan por aludidos cuando se les ponen en evidencia sus mentiras; y al momento ya están afirmando rotundamente lo contrario.“¡Las nacionalidades –chilla el Cremieux (125) - tienen que desaparecer!”. ¡Las religiones tienen que pasar! Israel nunca cesará, y la religión de Israel jamás saldrá perjudicada, porque ella fue la que concibió el carácter único de Dios. Ya está, clavado: el carácter único de Dios, nada más que añadir. Así que ahora ya no queda sino esto: si las cosas están así, entonces el resto de nacionalidades y religiones lo que tienen es que desaparecer, cueste lo que cueste. El más auténtico manicomio, es lo único que puedo decir. Pero la locura tiene método. Los ingenuos lo escancian candorosamente sobre las multitudes. Nuestros trabajadores podrían cantar una bonita canción alusiva». (Nota: la Internacional).
«Y otra casi igual de bonita nuestra casta instruida» –refunfuñó Hitler. «Ya puede venir de los judíos lo que sea; que para ellos es el Evangelio. Huelga toda comprobación. Basta con que esté impreso. Cierta Rebeca (126) llama al Talmud “monumental obra del espíritu, de grandioso carácter”, “un monumento imperecedero del pensamiento, al que los milenios han ofrendado las odas de su experiencia”; esto le da al profesor alemán la orientación; se abalanza sobre el cuaderno y al día siguiente sin falta sus alumnos han devorado y digerido el nuevo “mazacote” (127). La causa de esto radica empero en nuestros institutos de bachillerato, cuyo patrón responde a la creencia de que su cometido es formar genios en serie, vamos, cuando en lugar de ello lo único que hacen es despachar un lacayo detrás de otro en cadena».
«Basta hojear un par de horas en el Talmud (128)» –proseguí, «y ya no queda una duda en pie respecto a los judíos. Se entiende que los judíos pongan el libro por las nubes. Cuando miran en su interior, es su propio y más íntimo ser el que les devuelve la mirada. Y salta a la vista que en ello hallan la mayor fuente de regocijo. Ello lleva a que en cada judío haya un talmudista, aún cuando no conozca el Talmud. No tiene la menor importancia cuándo fuera escrito. Ni siquiera hacía falta haberlo escrito; ya con el primer judío hubiera estado presente igual. Los jefes de la comunidad judía lo saben perfectamente. Lo único que ocurre es que sólo reconocen este hecho de forma metafórica. En 1894, el rabino Dr. Gronemann alardeaba con insuperable displicencia ante un tribunal de Hannover de que “el Talmud es una autoridad imprescriptible”. En 1888, el Profesor Cohen dejaba caer en tono imperativo ante un juzgado de lo penal en Marburgo que “las doctrinas jurídicas del Talmud son más vinculantes que las gentiles”. Y dejó sentado al respecto –fíjate bien, por favor- que había judíos no creyentes que a pesar de ello no por eso debían considerarse excluídos de la comunidad judía, “ya que seguían reconociendo las doctrinas morales del Talmud”. ¡Una obra de arte! Es que no pueden resistirse: cada cierto tiempo estos linces se van de la lengua con monótona regularidad; lo único que ocurre es que nosotros no estamos atentos. En París, en torno a 1860, un comité reformista judío amparado por la Alianza Israelita Universal declaró que en lo concerniente al Talmud, reconocía su incondicional preeminencia sobre la Ley mosaica en conjunto. Y respecto al Schulhan Aruch, que es una especie de Talmud para uso doméstico, pone en la Enciclopedia Pierer, de la mano de un rabino, el Dr. Rahmer, que habría sido adoptado por la comunidades israelitas como regla normativa para la práctica religiosa. ¿Adoptado? ¡Qué chistoso! Bueno, pues ya puestos, dentro de un
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rato yo también voy a ver si me sale “adoptar” mi propia fisonomía de Dietrich Eckart».
«Por Dios santo» –dijo Hitler, «cualquiera que trabe un estrecho conocimiento del Talmud y no le acometan arcadas y escalofríos por ello, merece que lo exhiban como un fenómeno de circo».
«Hasta una institución como ésa, la circense,» –hice notar- «no se permite sobrepasar un determinado límite de monstruosas anormalidades. Su mayor atracción hasta el momento la ha constituído el joven estudiante de Tübingen que era capaz de engullir con voracidad media docena de sapos. Pero no hay estómago de avestruz que se halle en condiciones de digerir aunque sea únicamente el siguiente pasaje: “El Rabí Jonahan dice: el miembro del Rabí Ismael era de grande como un odre de vino de 6 kab *. Rabí Papa dice: el miembro del Rabí Jochanan era de grande como un odre de vino de 5 kab, pero hay quien dice que era sólo de 3 kab **. El miembro del Rabí Papa era de grande como las canastas que trenzan los habitantes de Harpania (129). Esta sutil competición de cifras de los tres viejos rabinos, al que le pille desprevenido, es que puede hacer que se caiga de la silla patas arriba de la impresión, vamos».
«Se encuentra aún toda una nutrida serie de lindezas semejantes en este primoroso ejemplo de libro religioso» –dijo Hitler asqueado. «Si bien donde radica el colmo es en que para los rabinos las doncellas gentiles “menores de tres años y un día” se hallen ya “en sazón para el ayuntamiento”, justificándolo en que en el Antiguo Testamento reza: “Todas las niñas que no hayan conocido carnalmente varón dejadlas con vida para vuestro solaz”, es decir, para el solaz de los sacerdotes (130).
«La más morbosa concupiscencia y el más tedioso desgranar sílabas en un sólo aliento. Lo que se cuece dentro de las cabezas judías debe ser de aspecto estremecedor».
* (N. de W. Pierce : El “kab” era una antigua medida judía equivalente a dos cuartas ). (N. del T.: Nótese en consecuencia que el badajo del tal Ismael medía ¡¡ doce cuartas !![=2 metros 40 cm]; la habitual modestia judía ha vuelto a mostrarnos en este caso, y va una vez más, un enésimo y cabal extremo de sus prolijas posibilidades )
** (N. del T.: Repárese bien en la escrupulosa probidad del cronista, que no quisiera colarnos sus datos por las buenas sin antes remitirse a la debida y contrastada pluralidad de fuentes )
«Por lo que parece» –repliqué-, «ellos tienen una opinión contrapuesta al respecto, pues en caso contrario su imagen refleja, el Talmud, no podría participarnos que: “Los israelitas son más gratos a Dios que los ángeles”, o que “los israelitas son la única causa por la que ha sido creado el mundo”, o que “aquel que abofetee a un judío, ha golpeado al mismo Dios”, o que “el sol ilumina la tierra, y la lluvia la fecunda, sólo porque se halla habitada por los israelitas”, y demás muestras de modestia del mismo género (131). En un discurso de hace un par de años, y venciendo las dificultades que esa modestia impone, el rabino Goldmann pudo decir asimismo que “los judíos son aristócratas del espíritu, un pueblo de reyes”. Tengo que confesarlo: éstos reyes adocenados -a los que tantas veces vi, mugrientos perdidos, en el
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mercado de cerdos de Straubing, regateando en medio de grandes aspavientos de pies y manos-, no es que me hayan hecho nunca mucha impresión principesca que digamos. Ni siquiera en mi favorito, el letrado Dr. Levinger, he podido descubrir hasta ahora ese algo específicamente regio; ha debido ser que me habrá pasado desapercibido, en el fragor de la disputa de todos los procesos que me ha entablado. En cambio el que sí que tiene ese algo, incluso harto acusadamente, es Auer (133), no hay más que mirar la estampa que tiene; y eso que él no es judío, sino únicamente un auténtico capullo simiesco* –toda vez que ése es el calificativo con el que moteja el Talmud a todos los gentiles si se les compara con los hombres en sentido estricto, es decir, los israelitas (134). De su íntimo trato con los judíos cabe colegir, de todos modos, que él no se considera aludido por una tal jerarquía de rango. En fín, cada cual tiene sus gustos».
[* N.del T.: Se trata de un juego de palabras de Eckart; pues si la palabra alemana “Affe” significa “mono, simio”, hay un uso coloquial de ella en la que su significación es la de “idiota, capullo”; jugando con esa ambigüedad, Eckart llama a Auer “capullo” al tiempo que hace referencia a la conocida doctrina talmúdica de que el resto de seres humanos serían meros simios o animales con forma humana creados para servir al judío –el Adam Kadmón o único hombre verdadero; para connotar ambos aspectos, se ha optado en la traducción por la expresión “capullo simiesco”]
«Creo que ni siquiera en un diccionario de medicina» –replicó Hitler-«sería uno capaz de hallar una expresión que hiciera suficiente justicia a la megalomanía judía. ¡Y lo bien que saben disimularla, su talento teatral es que es de fábula! Claro que siempre hay ocasiones en las que dejan traslucir su verdadera esencia. En cierta ocasión, estando cerca de una niñita judía a la que se acababa de preguntar si era católica o protestante, me llegó que decía, mortalmente ofendida: “¿Pero qué es lo que se han creído? Yo lo que soy es judía”. Al mismo tiempo, en otra parte allí cerca, se hallaba su padre deshaciéndose en continuas reverencias ante los presentes. Hasta un judío que sea rey se rebaja hasta el nivel del más obsequioso gusano cuando cree que puede sacar tajada de ello».
«Cuando uno está al tanto de eso» –repuse yo- «se lo llevan los demonios cada vez que ve la fraternal camaradería que gasta cualquiera de estos apestosos judíos cuando se halla congregado con nuestros trabajadores; ¡”correligionarios”, “queridos amigos míos”! y tal y cual, pero interiormente, el más ilimitado desprecio. Y la buena gente sencilla se lo cree a las mil maravillas, lo que la vuelve valiosa para ellos. Es como para desesperarse, vamos».
«En tanto sigan teniendo en sus propias filas a los proxenetas judíos como cabecillas, continuaran percatándose de su verdadero propósito en tan escasa medida como el resto de las clases sociales, que se hallan en el mismo caso sin excepción. Durante una buena temporada, de lo único de lo que se hablaba era de la “intelligentzia” (intelectuales) proletaria. Ahora, ostensiblemente, ese asunto se ha apagado. El semita negroide ya había acabado bien del todo sus deberes al respecto. Una bonitos intelectuales éstos, que jamás se permiten echar un vistazo al mundo exterior sin las anteojeras del Partido. Pero el objetivo había sido alcanzado: el obrero se cree ya, como por
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arte de magia, “ilustrado”, y considera como sabiduría propia aquella que le ha sido inoculada. Su restañador “mutuo entendimiento entre los hombres” se estrellaba ante los auténticos intelectuales. Cada vez que discuto con uno de esos emperrados marxistas doctrinarios, y le digo: “mira esto, mira por ejemplo el caso del socialista francés Fourier (135), sobre el que ha escrito tu grandioso August Bebel; que lo denominó “una naturaleza revestida de genialidad, entregada a la humanidad con el máximo corazón encendido”; pero el pasaje en el que el Fourier éste dice que quisiera conocer a los judíos -que para él son “sin excepción, parásitos, mercachifles, usureros” y así sucesivamente-, embridados y mordiendo los arreos, ah, ese pasaje se lo come”; -cada vez que le digo tal cosa a uno de estos marxistas, ¿qué es lo que hace? Todo lo habido y por haber, menos precisamente lo único que haría al instante cualquier cabeza siquiera medianamente en su sitio: empezar a recelar, examinar más de cerca a Bebel, cavilando hasta el fondo cuál es la causa de que este adorador de Fourier pierda la admiración, conjuntamente con el habla, cuando la cosa va contra los judíos. Es posible que no llegase a sacar la conclusión acertada; pero cuando menos, para variar habría pensado por sí mismo siquiera una vez, en lugar de limitarse a repetir eternamente como un lorito; con lo que finalmente su atascada maquinaria cerebral se habría vuelto a poner en funcionamiento, lo que fundamentaría la esperanza en un ritmo cada vez más fluido y en resultados cada vez mejores».
«Ilustrar, ilustrar sin descanso,» -enfaticé- «no hay otro medio. A los trabajadores puede parecerles que es el patrioterismo reaccionario el que les habla, y replicarán: “progresistas, hay que obtener la total satisfacción”; pero me parece que mucho menos aún será su deseo el pasar de malaga a malagón. Para evitarlo, deben resolverse ya a abrir los ojos de una vez. Se golpean el pecho con lo de que “todos los engranajes se detienen/ cuando tus fuertes brazos así lo quieren”, y tras cuatro años de Revolución no están en condiciones de paralizar ni siquiera a un solo usurero. Ya iría siendo hora de que se percataran de que están siendo utilizados como escarnio carroñero. Fueron embadurnados con el poema “El Tejedor”, de Heine, hasta que se convirtió en su himno de cabecera. No entienden lo que este mangante judío quería decir con eso de “Alemania, estamos tejiendo tu sudario”: ¡acabad con Alemania y dejáos enterrar a continuación con ella! ¿O no es eso lo que a la postre significa? Hacia el final de su vida, este “aristócrata del espíritu” escupió así haciendo referencia al movimiento proletario: “Tras de que el pueblo soberano me hubiese honrado con su apretón de manos, iría corriendo a lavármelas” (136). En la edición de Heine para uso marxista parecen haber sido tapados numerosos pasajes. Disciplina de partido, que se suele decir».
«¡Cosa fina la de ver a un puerco lavándose las manos!» –ironizó Hitler. «Ahí tenemos otra vez todo ese orgullo judío en estado puro. No saben hacer otra cosa, nada en absoluto más que ir libando dádivas y dádivas del resto del mundo, echando mano de los más lastimeros gimoteos y ademanes, y encima una arrogancia que llega a ser macilenta. Lo cierto es que ello radica en la propia naturaleza judía, no en el Talmud. El Talmud sólo está ahí para no dejar que se desvíen de sus prácticas esenciales».
«Ellos mismos lo difunden así» –ratifiqué- «a los cuatro vientos. En una de las primeras publicaciones judías figuraba que “el Talmud caracteriza la mentalidad judía de forma tan aguda como certera” (137). A juzgar por las apariencias, piensan: “bueno, nuestra ‘patria’ nada sabe de esto”. Además, ¿quién lee el
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Talmud? Nuestros estadistas ya tienen bastante que hacer intentando acabar de leer todo lo escrito por Courths-Mahler (138).
«En esencia,» -reflexiona Hitler- «el Talmud no es otra cosa que el explayamiento acabado de la moral judaica veterotestamentaria, así que debido a ello debía corresponder a la fuerza con el innato carácter judío. Verbigracia, allí donde un Salmo hace que Jehová diga a sus judíos: “Vosotros sois dioses”, el Talmud, con su afirmación de que aquel que haya golpeado a un israelita ha golpeando a Dios mismo, se limita a sacar la consecuencia lógica de ello. Y allí donde en el Antiguo Testamento se practica el recuento de los siervos y siervas gentiles tras el de las ovejas, asnos y camellos, meramente se está proporcionando al Talmud el fundamento para ese malévolo ordenamiento jerárquico suyo en el que declara que todos los gentiles son asimilables a cerdos y simios (140).»
«El Eclesiástico» -completé yo- «aulla: “... siembra tu temor sobre todas las naciones. Alza tu mano contra las naciones extranjeras, para que reconozcan tu señorío. (...) Que el fuego de la ira devore al que se escape... Aplasta la cabeza de los jefes enemigos, que dicen: ‘Nadie más que nosotros’”, y el Schulchan Aruch rechina con estruendo: “Derrama oh Señor tu cólera sobre los goim, que no tienen conocimiento de ti, y sobre los Imperios que no invocan tu Nombre. Persíguelos con tu ira y extingue su simiente bajo los cielos divinos”. Ambos pasajes (141) contienen la misma amenaza, con la única diferencia de que el Schulchan Aruch acentúa consecuentemente que hay que exterminar a todos aquellos que no juren en nombre de Jehová».
«Y con una doctrina moral tan abominable en su conciencia,» –dijo Hitler alterado- «tiene el descaro de afirmar Mosses Mendelsohn, el supuesto prodigio del judaísmo moderno, que “el dominio sobre el orbe del mundo corresponde por derecho a los judíos” (142). ¡Para lo cual se fundamenta en los valores de su espiritualidad religiosa! Y eso que, dado su carácter de veterano estudioso del Talmud, se conocía al dedillo no sólo estos pasajes que hemos sacado a colación aquí -que no son sino un pequeño botón de muestra, sino en no menor medida la totalidad de ese inmenso reservorio de la infamia. ¡Ah, el muy embustero, el pedazo de embustero hasta la médula, la misma quintaesencia destilada de la mentira!»
«Berlín entero» –dije yo- «se deshizo en entusiasmo, como en respuesta a una voz de mando, ante el “sabio”, el “noble” Moses. ¡Goethe sí que no se dejó engañar por este piadoso trilero, del que dijo que era un “vivales judaico”! (143). El sabía de qué iba la cosa: “¡Oh desdichado cristiano! Tendrás que limitarte a permanecer inmóvil, Ya puedes quedarte sentado, hasta que él haya dejado el zumbido de tus alitas coger la medida ...buscar las vueltas. No hubo alma alguna que se diera cuenta de la prestidigitación por la que el incomparable Moses, al hilo de sus transustanciadoras lecciones filosóficas, a su vez se transustanció en sí mismo, y como por ensalmo, de humilde preceptor particular en archiacaudalado fundador de la casa bancaria Mendelsohn; vamos, que se absolvió de atravesar el consabido “ojo de la aguja” por medio de un amplio rodeillo. Esa triquiñuela hoy ya extendida de presentar al pueblo judío en términos de mera comunidad religiosa, fue en su momento el constante estribillo original de este filántropo. Que, a tenor de cómo sigue siendo esgrimido aún hoy en día por los judíos, ha acabado consolidándose como una de sus estratagemas favoritas en lo de barrer para
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su casa. La causa de ello queda delatada en algo dicho, frotándose las manos de satisfacción y riéndose de lo lindo para sus adentros, por el Dr. Ruppin (144), eso de que, si bien el antisemitismo nunca ha sido hostil en absoluto a la religión judía como tal -sino más bien totalmente indiferente a ella, empero las leyes especiales sobre los judíos no pudieron dirigirse nunca mas que contra los miembros de la comunidad religiosa judía, ya que esta pertenencia era la única señal reconocible a la que podía atenerse la legislación. ¡Ajá, con que esas tenemos! Pero ya han pasado los tiempos en que la religión judía no nos interesaba un pimiento. Ahora hasta nos ocupamos de ella. Vamos siguiendo sus huellas pasito a pasito, y ya de nuestro primer encuentro con ella hemos sacado en claro que aquello que los judíos llaman su religión no hace sino coincidir al milímetro con lo más profundo de su carácter».
«¿Quién la ha engendrado si no?» –declaró Hitler- «Pues los propios judíos. ¿Acaso habría otro pueblo que pudiera haberlo hecho? No me hagas reir. Ellos mismos son los que no se cansan de decir que si siguen conservando su idiosincrasia en el mundo es gracias a semejante guía orientativa. ¡Entonces venga, adelante con el Talmud! En él tenemos la más pura versión cultural de la religión judía en forma de doctrina teológica, doctrina de fe, doctrina moral, todo a la vez. Si es un libro de tan insuperable excelencia, si tal como dicen con él “han ofrendado a los milenios la oda de sus vivencias”, a qué viene pues tanto retraimiento, tanto medroso secretismo como el que se traen con él? Siendo los bienhechores natos de la humanidad que dicen que son, hace ya mucho que deberían haberlo puesto al alcance de todo el mundo. En su lugar, ni siquiera ha sido aún traducido del todo; y en las fragmentos que han salido a la luz no hay nadie que sea capaz de sacar nada en limpio, dándose la impresión como de si la Iglesia medieval lo hubiera quemado injustamente. ¿Una religión, esto? ¿Una religión, este revolcarse en la porquería, este odio, esta maldad, este orgullo diabólico, este fariseísmo, esta intrincada sofistería, esta desatada instigación al engaño y al asesinato? En ese caso, si esto es así, hasta ahora no ha habido nunca nada tan religioso como el demonio mismo. ¡Lo que es en realidad es la misma esencia judía, su carácter propio y punto! Sólo haría falta hacer un solo ensayo y ver lo que diría de sus contenidos cualquier persona decente a la que se instruyera en ellos. No, quienquiera que engulla esto como puro manjar de los dioses es un monstruo que no forma parte de nuestra casa».
«Lutero» –dejo caer yo- «demanda enfáticamente que se le meta fuego a las Sinagogas y escuelas judías y se cubra de tierra luego el terreno, “de tal forma que nunca más hombre alguno vuelva a ver ni piedra ni impuro resto de ellas”. Sigue diciendo que Dios había perdonado lo que hasta ese momento les habían consentido a causa de la ignorancia –“ni yo mismo lo sabía”, escribe él mismo; pero que ahora que ya estaban al tanto, no podían seguir protegiendo ni un minuto más, bajo ningún concepto, esos edificios ”en cuyo interior los judíos mienten, expolian, blasfeman, escupen y cubren de oprobio nuestras personas y la persona de Cristo”; que pasar por alto ese deber valdría tanto como si fuesen ellos mismos los autores de todo esto (145). Que igualmente había que destruir sus moradas particulares, pues en ellas ponían en práctica lo mismo que en sus escuelas. Lanza la acusación de que “si alguien pensara que estoy siendo excesivo en el decir, digo que no sólo no me excedo, sino que aún soy excesivamente parco, teniendo como tengo sus escritos a la vista”. Los que no les han echado un vistazo son nuestros inspectores
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de escuela; y nuestros pintamonas y soplagaitas de humanistas, y el resto de chupatintas, es que no los han visto ni por asomo, vaya».
«Con esa quema» –dijo Hitler haciendo un gesto de desaprobación- «todavía habríamos avanzado bien poco. Pues el hecho es que aunque ni siquiera hubieran existido nunca ni una Sinagoga, ni una escuela judía, ni el Antiguo Testamento, ni el mismo Talmud, aún seguiría estando ahí el espíritu judío en cuanto tal, dejando notar sus efectos. Ese espíritu está ahí desde el primer instante; y no hay un solo judío, ni uno sólo, que no lo encarne. Y en los denominados judíos ilustrados se halla aún más explícitamente acentuado; por ejemplo, ciertamente que un Heine se cuenta entre los más ilustrados, pero no deja de tener el mismo o mayor orgullo desvariado aún que el más rastrero chamarilero judío de Galitzia. ¡Como que se hubiera lavado las manos en caso de haberle estrechado la mano a cualquier humilde representante del pueblo de sangre gentil! Moses Mendelsohn pasa por ser un prodigio en toda regla de sabiduría; mira bien: ¡ y le parece absolutamente indignante que los judíos no posean aún el dominio sobre el orbe del mundo que por derecho les corresponde!».
«Dostoievsky,» -recalqué- «basándose en sus dilatadas experiencias, nos caracteriza insuperablemente la arrogancia como para poner los pelos de punta que gastaban estos gorrones en Rusia (147). Durante cierto espacio de tiempo tuvo que convivir y compartir catre con toda clase imaginable de penados. Entre ellos había algunos judíos. Con los que todo el mundo se portaba de forma amable, sin ponerle un pero ni aún a su grotesca y estrafalaria forma de orar. Los rusos pensaban que hubo un tiempo en que ésa fue poco más o menos que su propia religión, así que les dejaban realizar sus preces tranquilamente, “casi aplaudiéndolas”. ¡Y ésos mismos judíos son los que les hacían el vacío a tales rusos, los que se negaban a comer en su compañía y les miraban de arriba abajo! ¿Y dónde acontecía esto? En un penal siberiano. No hubo parte de Rusia en la que Dostoievsky no constatara ese repudio y ese asco sentido por los judíos en cada caso hacia los oriundos. No era sin embargo que el grueso del pueblo, la gente humilde, los hubiera tratado mal; tal cosa no había acontecido por lo general en ninguna parte. Dostoievsky afirmaba, con la mosca detrás de la oreja, que los judíos procedían de esa manera porque sus creencias así se lo prescriben».
«¡Exactamente,» -dijo Hitler en tono de mofa- «porque así son sus creencias! Porque así es lo que les ronda por la cabeza. ¡Porque así de insensible es su corazón! Wilhelm Busch llega incluso a llamarlos “innatamente corruptos y desalmados” (148). Primero viene el carácter, y luego la religión, ¡y no al contrario!».
«Dostoievsky» –proseguí- «era la compasión personificada, en especial para con los descarriados; sólo exceptuó, tal como hizo Cristo, a los judíos. Con toda intención pregunta qué es lo que sucedería en Rusia si los judíos consiguieran la supremacía. ¿Les concederían a los rusos ni remotamente los mismos derechos que disfrutarían ellos? ¿Les permitirían siquiera conservar sus peculiares modos religiosos, tal como exigen para sí? Sencillamente, no. ¿No los convertirían más bien en sus esclavos? O, peor todavía, “¿no sería lo que harían sino desollarlos vivos?” ¿Acaso no exterminarían al pueblo, tal como ya la hicieron con otros pueblos en anteriores momentos de su historia?» *
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«¡Desierto ruso» –gritó Hitler- «es lo que figura en el profético mapa (149) que los judíos editaron hace ya veinticinco años! En él se encuentra todo, tal como lo tenemos en la actualidad: los franceses en el Rin; la República checa, la República polaca; el Reich alemán, no como República alemana, sino como repúblicas alemanas: hasta la República finlandesa se encuentra en él; ¡y para Rusia una mancha marrón con la inscripción: Desierto ruso! ¡Por el amor de Dios, y todavía se pregunta quién es el causante de la guerra! Sabes, he visto en persona el mapa original, con mis propios ojos. ¡Si pudiera enseñárselo a nuestros trabajadores, a todos y cada uno de ellos, pero especialmente a todos y cada uno de aquellos que esperan que la salvación venga de los soviets! ¡Desierto ruso, ése es el aspecto que tiene el paraíso prometido! Hambre, fosas comunes, esclavitud, el látigo judío. Al que se pone en huelga lo cuelgan de un poste por las buenas. ¡Humillados y ofendidos del mundo, vayan ocupando sus localidades! ¡Qué voz tan meliflua saben poner esos perros! ¡Y lo atrayente que suena, antes de descorrer el telón! Pero tras él aguarda ansiosamente al acecho la endiosada chusma del pueblo, el Ejército Rojo, la escoria de la humanidad gentil».
«El atentado a Lenin» –repuse- «costó la vida a más de 12.000 personas. De ellos unos 800 eran trabajadores. El propio menchevique Martoff reconoció este extremo durante el día del Partido celebrado por los independientes en Halle en 1920. Los entendidos cifran el número total de víctimas rusas desde el comienzo del dominio bolchevique en aproximadamente 30 millones. Aquellos que no fueron ejecutados sumarísimamente se fueron al infierno famélicos y consumidos del todo, y a causa de epidemias y penalidades sin fin. ¿Eran todos ellos burgueses? Sería un absurdo sostenerlo. ¿Pues quiénes son las más expuestos a las penalidades, como vemos entre nosotros? Difícilmente abundarán los capitalistas entre los miles y miles de pobrecitos que se pasan las horas del día haciendo cola ante las tiendas; y está más claro que el agua que ni un sólo judío se ha encontrado entre ellos. Pero esto no resulta chocante a nuestros trabajadores. Llevados por la jactancia de creerse los amos les toman el pelo como a auténticas criaturas. Ebert se ha pasado la vida tronando contra el capitalismo; ahora es Presidente del Reich. ¿Con qué resultado? Los bancos proliferan como hongos en cada esquina. Esto es un hecho irrefutable. Cualquiera puede verlo por sí mismo, tocarlo con sus propios dedos. Pero ni aún a tiros se volverá tan sólo uno de ellos desconfiado por esta causa. Lo primero que hizo el judío Eisner tras los alborotos revolucionarios fue proteger los bancos con destacamentos militares. Durante ese periodo fueron evadidas inmensas fortunas al extranjero; no movió ni un dedo al respecto. Para él era más importante viajar a Suiza y afirmar tajantemente en el seno del congreso socialista la exclusiva culpabilidad de Alemania en el estallido de la guerra. Haced acto de contrición, y los franceses os exculparán de corazón, venía a decir poco más o menos. La experiencia nos lo ha demostrado triunfalmente».
«El mismo Eisner» –dijo Hitler aprobando con la cabeza- «que al comienzo de la guerra envió un torrente de telegramas al resto de principales dirigentes socialdemócratas, conminándolos encarecidamente a permanecer fieles al Káiser, argumentando que había que evitar a toda costa un fatídico colapso en la retaguardia. La cosa siguió así hasta la paz de Brest-Litovsk. La totalidad de los judíos alemanes había sido hasta ese momento fervientemente promonárquica; pero entonces llegó el bandazo. El semita negroide ya había
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acabado sus deberes derruyendo la Rusia zarista. Y ahora tocaba el turno de derruirle a él mismo. Con los desfalcos económicos perpetrados por las compañías judías implicadas en negocios de guerra ya había sido consumado el trabajo preliminar. El resto es silencio. El judío hizo y deshizo también en Alemania, a la vista de todo el mundo. ¡Ah, los trabajadores! ¡mira que dejar que les llevaran al huerto así! Las cosas tienen un aspecto muy distinto a ese que imaginan en medio de sus arrobos las cabezas sin adiestrar. El Partido Comunista no llega a tener en Alemania ni 250.000 miembros; en cambio posee más de 50 publicaciones. Es imposible calcular lo que cuestan, los millones y millones amontonados. ¿Quién paga estas inmensas sumas? Nosotros, los nacionalsocialistas, nos las vemos y nos las deseamos ya sólo para poder sacar adelante la única que tenemos, nuestro “Beobachter”. Si le dorásemos la píldora a los judíos, tendríamos en el más breve plazo la tira, pero la tira de publicaciones del Partido. ¿Hay algún “camarada proletario” que se atreva a ponerlo en duda? Si lo hay, quisiera conocerlo. ¿Y sabes lo más increíble? Que los trabajadores saben que el judío se oculta detrás de todo, pero hacen como si no estuviera presente en absoluto. ¿Sigue siendo esta una actitud honesta por su parte? ¿Merece tener un resultado feliz? Dirigirse hacia la catástrofe sin ser consciente de ello...bueno, puede pasar; pero hacerlo deliberadamente, decantándose a favor del más acérrimo enemigo de uno mismo, es ya como para ponerse a aullar».
«Ya me gustaría saber lo que dirían los camaradas proletarios si se les probara punto por punto que los junkers (propietarios prusianos) o los magnates industriales poseen desde hace equis tiempo una doctrina moral secreta de la más abominable índole. La ira que les asaltaría sería inimaginable. “Por fin lo tenemos –rugirían al unísono; ¡con semejantes principios, cómo no iban a cebarse en nuestro tormento! ¡Resulta inconcebible que pueda haber una naturaleza tan vil como la que esto presupone! ¡Tendríamos que haber exterminado ya desde mucho antes a toda esta casta!. Así es como gritarían, como auténticos posesos, y con toda razón. Pero si se les muestra que en las leyes religiosas de los judíos figura, y ni mucho menos sólo con alcance privado, una serie de preceptos encaminados al expolio y matanza de todos los gentiles que pone los pelos de punta, entonces ello les resbala sin más. O combaten este extremo o, si ya no les es posible hacerlo, dicen que la mayoría de los judíos hace ya mucho que han dejado de ser religiosos, y dejan por las buenas de ocuparse más del asunto. Cuando se trata de los judíos, no se les ocurre tomar su carácter como causa de la bajeza de esos escritos; para ellos es y sigue siendo digno de todos los honores. Ni se inmutan por el hecho de que hasta ahora ni un solo de sus cabecillas judíos haya aludido jamás con la menor sílaba a los criterios totalmente traidores al pueblo propios del judaísmo».
«Ahora viene lo mejor» –dijo Hitler. «Todas, lo que se dice todas las injusticias sociales de alguna significación que hay en el mundo, pueden ser retrotraídas hasta el influjo soterrado que ejerce el judío. Así que por ende los trabajadores buscan sobrepujar con la ayuda del judío aquello que ningún otro más que el mismo judío ha introducido como meta consciente. No cuesta trabajo imaginar lo solícito que éste va a ser a la hora de facilitarles llegar a tal meta».
«¡Mira si no al casto José!» –repuse yo. «Su ascendiente sobre el Faraón condujo a los egipcios a la más terrorífica de las miserias, de la que
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pensaron librarse posteriormente con la ayuda de Moisés; tengo que reconocer que este lance no carece del todo de cierto humor sarcástico».
VIII
«Resulta exactamente» –consideró Hitler- «como aquello que escribiste una vez: Uno sólo puede comprender al judío cuando sabe adónde quiere llegar en último término. Más allá del dominio sobre el mundo entero, es a la aniquilación del mundo. Cree tener el mandato de avasallar a toda la humanidad, para así poder, como se dice a sí mismo, construir el paraíso sobre la tierra. Se ha persuadido a sí mismo de que sólo él está capacitado para esa tarea, y habrá de venir necesariamente tal como él lo quiere. Pero ya sólo en los medios que emplea se deja traslucir que ellos conducen en secreto hacia otra parte. Mientras simula elevar a la humanidad, la abisma en el tormento de la desesperación, de la locura, de la perdición irremisible. Si no le ordenamos que se detenga, llegará a aniquilarla. A ello se haya consagrado, a ello le impele su propia naturaleza; a despecho de vislumbrar entre tinieblas que con ello se aniquilará a sí mismo. Pero no puede cejar, debe consumar su obra. Creo de verdad que la causa originaria de su odio es este sentimiento que tiene de la incondicional dependencia de su existencia de la propia existencia de sus víctimas. Anida en querer aniquilar forzosamente a alguien, con furia desatada, pero vislumbrando simultáneamente que ello conduce sin salvación posible a la propia perdición. O si así lo prefieres: anida en la tragedia de Lucifer».
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Las anotaciones de Dietrich Eckart se interrumpen en este punto. La prisión preventiva que le sobrevino a este egregio poeta y combatiente alemán a raíz de los acontecimientos del 8 y el 9 de noviembre de 1923, unida a lo súbito de su fallecimiento al poco de su liberación, impidieron la conclusión de una obra tan sumamente significativa y testimonial como esta de cara a un encuadre apuntalador de signo cristiano del movimiento völkish. Sólo nos cabe esperar que Adolf Hitler, cuando finalice el proceso por alta traición incoado contra él en el presente en Munich, siga disponiendo de suficientes ánimos morales como para asumir la tarea de dar término a la presente obra, interrumpida justo inmediatamente antes de su conclusión.
Munich, a 1 de marzo de 1924
Editorial Hoheneichen
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NOTAS:
1. Estrabón, historiador romano, hacia el año 20 d. C.
2. Cicerón, famoso estadista romano, defendió en el año 59 a.C. al procónsul Flaco, que fue acusado por instigación de los judíos a causa de su actuación administrativa en Siria.
3. Evangelio de San Juan 19, 12.
4. Isaías 19, 2-3.
5. Canciller alemán.
6. Ministro de Interior bávaro.
7. Fundador y dirigente del Partido Popular Bávaro (en el gobierno).
8. Éxodo 12, 7; 13.
9. Éxodo 12, 29-30.
10. Éxodo 12, 38.
11. Éxodo 12,35-36.
12. Salmo 105,38.
13. Graetz (Breslau): "Historia de los judíos”.
14. Génesis 41,43.
15. Génesis 47, 14; 20.
16. Génesis 46,1.
17. Génesis 45,18; 20.
18. Éxodo 1,9.
__________________
19. Josué 6, 25
20. Friedrich Delitzsch, “Die grosse Täuschung” [“El Gran Engaño”]
21. Isaías 34, 1
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22. Génesis 26, 3; Levítico 34, 1; Deuteronomio 7, 16
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23. Otto Hauser, “Historia del Judaísmo”, pág. 251
24. Hauser diferencia a los hombres luminosos, rubios y de raza superior de aquellos negros, oscuros y de raza inferior. Cada vez que cree haberse topado con un judío rubio, al instante lo pone por las nubes. Pero los mayores impresentables entre ellos me los he encontrado siempre entre los judíos rubios.
25. Wernert Sombart, “Los judíos y la vida económica de las naciones”, pág. 356
26. Otto Hauser, “Historia del Judaísmo”, pág. 376
27. Arthur Schopenhauer (uno de los máximos pensadores alemanes, fallecido en 1860), PARERGA ET PARALIPOMENA II, § 174, nota a pie de página.
28. Cicerón, en el discurso sobre Flaco
29. Flavio Josefo, historiador romano que consagró sus estudios a los judíos
30. Henry Ford, conocido fabricante de automóviles norteamericano, en su extraordinariamente importante escrito “El Judío internacional”, Tomo II, pág. 146.
31. Ludwig Börne (nombre auténtico: Baruch) , “Cartas desde París”, Tomo I, página 12; Heinrich Heine (nombre auténtico: Chaim Bückeburg), “Alemania –una leyenda invernal”.
32. Albert Einstein en carta a la “Agrupación Nacional de Ciudadanos Alemanes de Credo Judío”
33. El Dr. Arthur Brunn en el órgano publicitario, de difusión en todo el país, de la Agrupación Nacional
34. W. Rathenau, en el Centro cultural de Berlín, en 1913
35. El judío alemán K. E. Franzos, en “Semiasiatismo”, 1879
36. “Jewish Chronicle” del 10 de diciembre de 1911
37. “La prensa de imprimir es la herramienta predilecta del Anticristo, más aún que la pólvora”, escribía Bismarck en 1859. Cf. Dr. Hans Blum, “El Príncipe Bismarck y su época” , Tomo I, pág. 265
38. M. J. Wodeslovsky, en el “Jewish World” del 1 de enero de 1909
39. Joseph Cohen, en Idem del 4 de noviembre de 1913
40. Ib., 10 de diciembre de 1911
50
41. Werner Sombart, “Los Judíos y la vida económica de las naciones”, pp 32-3
42. Ib., pág. 39
43. Ford, “El Judío internacional”, Tomo II, cap. “El Disraeli americano”
(44) Según información posterior del “American Jews News” (“Noticias judeoamericanas”) del 19 de septiembre de 1919. Theodor Herzl fue el fundador del llamado “Sionismo”
* (N. del T.: Sobre la opinión de mantenía Dostoievsky respecto de los judíos resulta sumamente ilustrativo el siguiente pasaje:
“Para mí, todos esos Bismarck y Beaconsfield, la misma República francesa, los Gambetta y demás, no son, en tanto que supuesto Poder, más que una mascarada. Su verdadero amo, así como el amo de todos, el amo de Europa entera, es únicamente el judío con su banca. Llegaremos a presenciar cómo de repente impone su veto y Bismarck es barrido de su puesto como una simple mota de polvo. El judío y su banca lo dominan todo en la actualidad: Tanto Europa como la Ilustración, el edificio de la civilización así como el socialismo –en especial el socialismo, pues valiéndose de él arrancará de raíz el cristianismo y destruirá la cultura cristiana. Y en ese preciso momento, cuando ya no quede en pie sino la propia anarquía, el judío se hallará entonces a la cabeza de todo. Pues mientras predica el socialismo, tanto él mismo como el resto de sus hermanos de raza, siendo judíos, quedan excluídos de esa prédica, y cuando toda la riqueza de Europa haya sido dilapidada, quedará la banca del judío. En esos días, en medio del caos imperante, hallará el Anticristo el terreno preparado para su venida“.
“El judío”, en la obra Meditaciones anotadas, 1880)
45. Karl Bleibtreu, "Die Vertreter des Jahrhunderts” (Los representantes del siglo”), 1904, pág. 271.
46. Friedrich Delitzsch, “Die grosse Täuschung” (“El Gran Engaño”).
47. Hauser: "Geschichte des Judentums” (Historia del Judaísmo), págs. 484 y 491.
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48. Martin Lutero. "Sobre los judíos y sus mentiras”
49. Evangelio de San Juan 8, 44.
50. Sombart: "Los judíos y la vida económica de los pueblos”, pág. 371.
51. Evangelio de San Mateo 23, 15.
52. Evangelio de San Mateo 19, 1.
51
53. Evangelio de San Mateo 4, 15 y 16.
54. Evangelio de San Juan 1, 46; 7, 52.
55. Evangelio de San Juan 8, 48.
56. Evangelio de San Juan 7, 49.
57. Evangelio de San Mateo 2, 16. 58.2. Mos. 12.
59. Jueces 11.
60. Voltaire en el "Dictionnaire philosophique " desde 323.
61. Hauser: "Historia del Judaísmo”, pág. 336.
62. Lutero, Sobre los judíos y sus mentiras.
63. A mediados del siglo pasado mataron a Leopold Hülsner en Polna (Austria) un joven chico cristiano.
64. En 1840, los judíos mataron cruelmente en Damasco al padre Thomas. El crimen es minuciosamente descrito en los registros escritos del juicio "El judío, el judaísmo y la destrucción del pueblo cristiano”, de Gougenot de Mousseaux, París, 1869.
65. Adolphe Cremieux, fundador de la asociación mundial judía “Alianza Israelita”, ministro francés por un tiempo.
66. Hauser "Historia del Judaísmo”, pág. 432.
67. 1864. Mousseaux.
68. Hauser "Historia del Judaísmo”, pág. 432.
69. Sombart: "Los judíos y la vida económica de los pueblos”, pág. 50.
70. ibid, pág. 58.
71. Endeudado durante 1812, debido a eso un judío amado llegó a ejercer de canciller, Handenberg.
72. Evangelio de San Juan 4, 22; 8, 47; 8, 40.
73. Evangelio de San Mateo.
74. Evangelio de San Marcos 2. 23 y 24; 2. 26; Evangelio de San Mateo 15, 10 y ss.
75. Alba en la obra de Goethe "Egmont ".
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76. Lutero. "Vom Schem Hamphoras".
77. Talmud y Sohar.
78. Según el "Völkischer Beobachter", del 2 de agosto de 1923.
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79. Kant. “Anthropologie", 1798.
80. Goethe. "Los años de peregrinación de Wilhelm Meister".
81. Goethe. "Das Jahrmarktsfest zu Plundersweile".
82. Goethe, ibid.
83. Goethe. "Tag und Jahresfeste ".
84. Santo Tomás de Aquino (1224-1274) en "Questiones".
85. Benjamin Disraeli, hacia la mitad del siglo anterior, como lord Beaconsfield fue Primer Ministro de Gran Bretaña, en su novela “Coningsby" (1843). Los manejos de los judíos en todos los continentes se muestran con abrumadora evidencia.
86. Otto Weininger. "Sexo y Carácter".
87. El Dr. Georg Heim, líder de los campesinos bávaros, es administrador de cierto banco judío, lo mismo que su hijo y su yerno que están involucrados en la dirección de empresas judías. Estableció en 1901 una célula bávara de relación entre los judíos y los cristianos. Sirve a los judíos y ataca a las confesiones cristianas.
88. Franz Xaver Muller, un preclaro muniqués, vive todavía, aunque se ha retirado totalmente del mundo. Sus versos son sencillos y profundos. También su hermano Adolfo es un joven talento. Poetas líricos, con inclinación a la soledad.
89. Lutero. "Sobre los Judíos y sus mentiras”.
90. En su famosa obra "Der Untergang des Abendlandes” (La Decadencia de Occidente).
91. Moritz Goldstein en "Kunstwart", marzo de 1912.
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92. Anacleto II fue un judío de la familia de los Pierleoni (en Hauser y Gregorovius). La casa Borgia, a la que pertenecía el famoso Alejandro VI, provenía de una familia marrana española – es decir, judíos ocultos que eran cristianos oficialmente. También Inocencio II, Calixto IIII, Clemente VIII e incluso Pío XI podría ser descendiente de judíos.
93. En "Spaccio della bestis trionfante", 1584.
94. Arthur Trebitsch, autor judío, que escribió contra el judaísmo, contra sí mismo. Decía: “Nosotros, los arios”.
95. Lectura: "Unparteiisches über die Judenfrage" (Estudio imparcial sobre la cuestión judía), 1894.
96. Sermón de despedida en Hamburgo, marzo de 1894.
97. "Der Protestantismus am Ende des XIX. Jahrhunderts in Wort und Bild" (El protestantismo al final del siglo XIX. El siglo en una palabra y una imagen", editado por el pastor C. Werckshagen, volúmen 1, página 552.
98. "PARERGA ET PARALIPORNENA", II. § 181.
99. "Luther und die Juden", (Lutero y los judíos), 1921.
100. "Geschichte der deutschen Philosophie von Luther bis Kant" (Historia de la filosofía alemana desde Lutero hasta Kant).
101. Nahum Goldman, el muy conocido judío sionista que también tuvo la increíble audacia de anunciar que los judíos “no reconocerían más el derecho de ningún país a considerar la cuestión del tratamiento de su población judía como un asunto interno”.
102. "PARERGA ET PARALIPOMENA" II. § 174, nota a pie de página.
103. Según el francés en la obra de Lessing “Mina von Barnhelm”.
104. Él conoce mi "Auf gut deutsch", año 1919.
105. En su poema "Disputation” (Controversia).
106. Jesaja 60, 61. Psalm 2, 7 to 9.
107. Theodor Fritsch, editor de “Hammer” en Leipzig, nuestro infatigable pionero. Sus aproximadamente cincuenta años de méritos para Alemania no han sido todavía valorados. Autor del enciclopédico “Manual de la cuestión judía”.
108. Baruch Espinoza, el más grande filósofo judío. 1632-1677.
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109. Hauser. "Historia del judaísmo", pág. 321.
110. El famoso niño abandonado de la mitad del siglo pasado.
111. Incompleto en el original (Editorial).
112. Lutero murió en 1546. Sus dos escritos antisemitas "Von den Jüden und ihren Lügen" y "Vom Schem Hamphoras”, aparecieron en 1542; un escrito filosemita suyo es de 1523. Se recomienda el excelente trabajo titulado “Luther und die Juden” del Dr. Alfred Falb.
113. 1922, Tchicherin fue recibido oficialmente por el arzobispo de Génova.
114. San Juan Crisóstomo (347-407): "¿alguien da oídos a que puedan existir diferencias entre los judíos discutidores, tenderos y todos deshonestos?”.
115, Ulrich of Hutten, caballero federal de Franconia, 1488-1523.
116. El Elector Albrecht, arzobispo de Mainz y Magdeburg, ayudó a Reuchlin contra los “hombres oscuros” de Colonia, antisemitas. Hizo mucho dinero en los negocios.
117. Sobre 1510 denunció Pfefferkorn a sus correligionarios ante los dominicos de Colonia a causa del anticristianismo de los escritos religiosos judíos. Excluyó el Antiguo Testamento y el Talmud. Forzado más tarde a la retractación, fue quemado tras sufrir terribles torturas. La venganza de Judas.
118. Reuchlin, famoso humanista, nació en 1455 en Pforzheim, estudió en Freiburg, Paris, Basilea, Orleans y Poitiers, trabajó en Ingolstadt y en Tübingen. Allí murió en 1522. A través de las enseñanzas secretas judías de la Cábala, esperaba alcanzar la comprensión de Dios. Estas actividades le dieron gran placer según propia confesión. El judío bautizado Nikolaus Ellenbogen, tuvo la maravillosa idea, de levantar un monasterio y convertirlo en el centro intelectual de los demás monasterios y conventos. Reuchlin afirmaba que nadie tenía derecho a intervenir sobre los escritos religiosos judíos contra los judíos (que caminan solos). ¡"Qué pretendemos nosotros de estas almas que vagan solitarias?”! Pero por supuesto: “¿Qué queremos?”.
119. "Im Morgenrot der Reformation” (En el amanecer de la Reforma) de Julius von Pflugk-Hartung. Aproximadamente 700 páginas. Sobre el judaísmo, no omite nada.
120. Erasmus of Rotterdam, probablemente el más famoso humanista. Nacido ilegítimamente en 1467 en Rotterdam, entró pronto en la escuela de Deventer, en la escuela monástica de Herzogenbosch. Consagrado sacerdote, fue a Colonia y a París. Estuvo con frecuencia en Inglaterra, donde la decoración masónica ya estaba en primer plano.
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121. Ludwig Thoma, poeta bávaro, mucho tiempo colega del judío Albert Langen, más conocido como “Simplizissimus ".
122. Desde el puritanismo (sobre mediados del siglo XVI) el discurso ya estaba preparado. Según Hauser, el financiero de Cromwell era el judío portugués Antonio Fernando Carvajal, que introdujo la ley mosaica junto al Sábado. Uno no olvida que ya al final del siglo XV en Inglaterra, la Francmasonería era muy activa; y por otra parte, que el humanista Erasno de Rotterdam, fue detenido. Vienen sus correligionarios Dockelsohn, Josephsohn, Mendelsohn, Natansohn también desde Holanda, como ministros anabaptistas. Este movimiento es prácticamente un bolchevismo. Asesino y homicida de la gente honesta en la ciudad sitiada. Practicantes de la poligamia. Los serios seguidores de la Biblia pertenecen sólo a ellos. Armados con muchos argumentos, ellos también se movieron hacia los soviets.

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123. Ulrich Zwinglio, reformador suizo, 1484-1531.
124. Ignacio de Loyola, fundador de la orden jesuítica, noble español, originalmente oficial, por causa de su gran valor, no puede ser judío. Polanco dirigió la cuestión con él, a la que se unieron muchos judíos más tarde. Bajo la teología moral de los jesuitas.
125. Loudly "Archives israelites", 1861, XXV,
126. Doris Wittner en "Das ostjüdische Antlitz”, (Nationalzeitung, Año 1920, No., 252).
127. Nonnenpfürzchen: nombre de una grasienta pasta de harina.
128. The Talmud—Schulchan Aruch.
129. Talmud: Baba Mezia, 84 A.,
130. Jebamoth, 60 B.,
131. Uno detrás de otro: tract. Chullin, 91, 2; Schene luch. habb., 124, 2; tract Sanh., 58, 2; tract Jebam., 63.
132. En el Club central alemán de ciudadanos de religión judía, “Ostdeutsche Rundschau” ("Revista de Alemania oriental”) del 15 de Mayo de 1919.
133. El corpulento líder de la mayoría socialista muniquesa.
134. Schene luch, habb., 250, 2.
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135. Charles Fourier, 1772-1837.
136. Heine "Geständnisse" (Confesiones).
137. " Allgemeine Zeitung des Judentums", 1907, No. 45.
138. Novelista judío de extraordinaria productividad y simpleza.
139. Psalm 28, 1.
140. Jalk. Rub. 58, 2.
141. Sirach 36, 2-12. Schulchan Aruch, Scheghah prayer at the Pesach-Abend,; Orach Caijim 480, Haga.
142. Carta a Herz Homberg. Moses Mendelssohn de Dessau, hijo de un maestro judío, 1729-1786. Primero adoptado por un rico judío dedicado a la manufactura de la seda en un casa de Berlín, llegó a ser su bibliotecario y últimamente su socio en los negocios.
143. Carta a Jacobi. Como Goethe murió, 1832, el judío Baruch, se alegró. Börne dijo que la “Liberación” de Alemania había comenzado.
144. Dr. Arthur Ruppin. "Die Juden der Gegenwart” (Los judíos en el presente) págs. 203 y ss.
145. Luther. "Sobre los judíos y sus mentiras”.
146. ibid,
147. Dostoevsky, el más grande poeta ruso, en su “Diario de un autor”, 1876-1880.
148. Wilhelm Busch.
149. Incompleto en el original (Editorial).
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EDICIONES SAMIZDAT AGRADECE AL CAMARADA QUE HA REALIZADO LA TRADUCCIÓN DEL TEXTO Y DE LAS 44 PRIMERAS NOTAS SU TRABAJO DE PRIMERÍSIMA CATEGORÍA.
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